No es esto cuestión de crear una guerra, aunque viendo las imágenes de cómo destrozaron el coche de un compañero en Barcelona algunos profesionales del taxi, bien podría serlo. Tampoco la lucha de miles de trabajadores contra la idea que se la ha ocurrido a alguien avispado, listo e inteligente y que, tras transformarse en startup, camina con paso firme para dar la campanada (algo lícito, por otra parte, y que ya nos gustaría a muchos).

Los taxistas están de uñas y ayer, de nuevo, volvieron a protestar. Su tarea es dura, bajo condiciones impuestas por las empresas del sector que a veces rozan lo ilegal. A pesar de ello, en muchas ocasiones, en la vida cotidiana de las ciudades, su fama les precede (poco a poco se acercan a los periodistas). En Madrid, Barcelona o Sevilla, por poner tres ejemplos, las leyendas urbanas sobre cierta mala praxis de estos profesionales se convierten en realidad porque ¿quién no conoce a alguien que haya tenido uno, dos o tres conflictos relacionados con el precio o el trato?

No es esta una batalla entre algo tan tradicional como el taxi y las nuevas tecnologías. Sin ir más lejos, existen aplicaciones (el concepto App no va acompañado, casi nunca, del adjetivo ‘diabólico’) que permiten controlar el precio e, incluso, solicitar al profesional que en su momento cumplió con su objetivo ¡y de manera amable!, lo que los marketinianos denominarían como ‘hacer una excelente labor de fidelización del cliente’. Es decir, que también los taxistas se benefician de los avances en esta materia.

Todo se centra en Uber, la empresa (startup) que ha desatado la furia de los dioses… del volante. Su sistema, compartir coche a cambio de un pago y el 20% para el intermediario (Uber), no supone nada nuevo, más allá de que se opere con el teléfono o la tableta. En apenas un año, según datos de TechCrunch, de los 3.000 millones de dólares de valor ha pasado a los 18.000 actuales ¡Casi nada! Además, con toda la polémica, está entre las aplicaciones más descargadas en nuestro país ¡Y solo funciona en Barcelona!

Tras la compañía se encuentran, en calidad de inversores, las empresas más fuertes del planeta. La primera, Google, cuya presencia, a su vez, ha servido para atraer más capital. Desde que apostaron por esta herramienta, alguien, por ejemplo de Goldman Sachs (¿Les suena?), debió pensar “si están estos, es que el negocio va en serio”.  Y esa es la clave: el negocio. Que nadie imagine que Uber y quienes la sostienen o han propiciado su despegue realiza una labor social.

No hablamos de abrir los comedores en verano para paliar la situación de 2 millones de niños de este país y que puedan tener, al menos, una comida decente al día, más allá de cuestiones de visibilidad.

Esta startup busca… dinero (¡Ojo que también los taxistas!). Persigue su nicho de mercado y se lanza a por él con la diferencia, en este caso, de tener al monstruo Google detrás y rodear la legalidad en materia de transportes (dicen los profesionales del volante). En España han sido muchas las voces que han defendido a Uber bajo el argumento de “en esta época de crisis, está bien visto el que el ciudadano se ahorre unos euros”. Cabría preguntarse si esta afirmación es cierta porque, al fin y al cabo, la empresa tiene el peculio como argumento de partida y meta y, como dicen los sabios, “nadie da duros a cuatro pesetas”.

Bien harían los profesionales del taxi en reflexionar acerca de esas leyendas urbanas que les sitúan entre los colectivos ‘menos queridos’ por los usuarios. Es verdad que las cosas han mejorado, pero en muchos casos… No obstante -¡que en este país somos mucho de esto!- no construyamos a partir de la posible mala imagen de un colectivo, la bandera de defensa del contrario sin pararnos a reflexionar sobre pros y contras.

Ya por último, y sin caer en la demagogia de algunos, simplemente cabe una pregunta final: ¿Dónde tributará fiscalmente Uber? ¿En Irlanda? ¿Luxemburgo? Lo leí alguna vez por ahí, y ahora habría que estar muy atento: “Hacienda somos todos, aunque unos más que otros”.

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