“Ha llegado el momento de pasar cuentas con algunos catalanes que no deberían tener ni monumentos ni calles”. Así se expresan los autores del libro ‘Perles catalanes’, Salvador Avià, Jordi Avià y Joan-Marc Passada. Un libro que ha desatado una enorme polémica por tildar como “colaboracionistas” (término usado respecto a los políticos franceses fascistas de Vichy) a personalidades como Miquel Roca o Josep Antoni Duran i Lleida. Buenos o malos catalanes, según el dogma del proceso imperante.

Viena Edicions es la editorial responsable de la publicación de éste libro, que ya se perfila como uno de los más vendidos de cara al próximo Sant Jordi. Sus autores no se han cortado un pelo. En las 222 páginas del mismo elaboran una lista de personalidades, algunas históricas, otras contemporáneas, que a su criterio han sido desleales a Cataluña. Digamos que la Cataluña a la que se refieren es ésa en la que su existencia ha estado presidida por una secular lucha contra España desde tiempos casi anti diluvianos, omitiendo prudentemente futesas como la Confederación Catalano-Aragonesa como auténtica corona en la que reinaron felizmente Jaime I o Fernando el Católico – Barcelona fue siempre un condado -, o que el famoso 1714 fue una guerra europea entre partidarios de dos casas reinantes, la de Austria y la de Borbón y no otra cosa, que la Restauración Borbónica del XIX fue pagada con sumo gusto por los empresarios catalanes, o que el tema de fondo de los movimientos regionalistas, catalanistas, nacionalistas y soberanistas siempre ha sido una cuestión de dinero y de poder. Se meten con el Tercio de Nuestra Señora de Montserrat, integrado por carlistas catalanes durante la guerra civil, pero tampoco dicen que nacionalismo y carlismo vienen a ser lo mismo en tierras catalanas, y si no que se lo pregunten al general Savalls.

Rompen, sin proponérselo, supongo, el mito de “Cataluña perdió la guerra”, porque por el libro desfilan nombres catalanes de pura cepa que militaron en Falange, en el mismo movimiento Tradicionalista o en el dilatado periodo de la dictadura franquista. ¿En qué quedamos? Ah, bueno, que ésos son los traidores.

Los autores pretenden, dicho por ellos mismos en el prólogo, “revisar nuestra historia (la catalana) sin manías, con coraje y cuando ha sido posible añadiendo unas gotas de humor”. Es un humor ciertamente agraz, destinado a contentar solamente a los parroquianos, a los consumidores incansables de camisetas con la estelada. Pero lo más atrevido es llamar revisión de la historia a lo que es simplemente una interpretación de la misma, cuando no una total y completa manipulación. Si hablasen de la Shoah, serían revisionistas, como John Irving, sin duda. Negar el holocausto es lo mismo que inventarse uno.

Como sea que en Cataluña sale gratis hablar mal de España, e incluso  da pingues beneficios según te lo montes, excusamos relatar lo que se dice de personas como Carme Chacón, Miquel Roca, Duran Lleida, Josep Borrell, Albert Boadella, Rosa Regás, Félix de Azúa o Francesc de Carreras. Todos gozan de salud para defenderse por sus propios medios. Baste decir que lo más suave que se dice de ellos es que “joden a Cataluña”. Y de ahí, para arriba.

Otra cosa es cuando hablan respecto a figuras de una importancia histórica indiscutible como el General Joan Prim, por cierto, el catalán que más ha mandado en toda la historia de España. Seguramente a los autores les molesta que a su mando sirvieran los voluntarios catalanes, que se tocaban con barretina, o que deseara lo mejor para España sin esconder nunca su pronunciadísimo acento de Reus, ciudad de la que era oriundo así como su gran biógrafo, el tristemente desaparecido Pedrol Rius. Discutir si el también catalán general Weyler fue o no fue buena persona o si Cambó, que acabó financiando a Franco, era o no un mal catalán es algo que se sale de toda lógica histórica.

Hay algo peor que el odio que destilan ésas páginas, y es la condescendencia del que te perdona la vida – léanse los casos de Cambó, Eugenio D’Ors o Pla – y el sectarismo con el que está elaborado el listado de personajes. Uno encuentra a faltar al padre del nacionalismo catalán, el Dr. Robert, y a su racismo visceral que le llevaba a medir los cráneos, emulando a Sabino Arana; se echan en falta personajes como el difunto Heribert Barrera, venerado por Esquerra, y sus manifestaciones xenófobas, o al llorado Mosén Xirinacs, que se ufanaba en público de ser amigo de la ETA.

No está el padre Tusquets, fundador de Ediciones Anti Sectarias, furibundo anti masón y, por cierto, tío de los Tusquets de la editorial. Tampoco hallarán a empresarios que hicieron su pacotilla con Franco para luego pasarse a un catalanismo de misa y sardanas. Y ya no les digo nada de los Pujol, los Prenafeta o los Millet. Esos no eran, según éste libro, ni colaboracionistas, ni genocidas, ni fascistas ni nada. Quizás, ateniéndonos al título, deban ser encuadrados en la simple categoría de “perlas”. Porque serlo, lo son.