La impresión de alivio sentida en toda Europa por la agónica victoria final de Alexander Van der Bellen en la elección presidencial del domingo en Austria es lógica y legítima, pero no supera ni liquida la cuestión de fondo: el auge poco menos que imparable del viejo populismo de frecuente tonalidad neo-nazi.

El hecho es, en primer lugar, puramente aritmético: el ganador obtuvo finalmente el 50,2 por ciento de los votos, lo que dejó a su oponente, Norbert Hofer, el candidato del inquietante “FPÖ” (“Partido de la Libertad de Austria”) a sólo unos 13.000 sufragios, un puñado insignificante, lo que expresa una división en dos mitades prácticamente iguales del censo.

El éxito que produjo el éxito de Hofer en la primera vuelta hace un mes suscitó no solo un impresionante interés informativo, sino el júbilo de todos sus congéneres en Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Italia y algunos países nórdicos, de modo que el desenlace final del domingo era esperado con una mezcla de aprensión y esperanza: finalmente un demócrata clásico, Van der Bellen, ganaba…

El degradado escenario  

Tras la congratulación, la pura realidad: el público debe saber que los candidatos de los dos grandes partidos institucionales, el Socialdemócrata y el Popular, calcos de lo que entre nosotros son PSOE y PP, habían sufrido en la primera vuelta tal derrota que ninguno pudo pasar a la segunda y definitiva.

Esa anómala situación explica no solo el auge de los inquietantes ultranacionalistas, sino el excelente resultado de un ecologista centrista, Alexander Van der Bellen, convertido en el candidato de “todos los demás” tras el desastre de socialdemócratas y populares, cuyos aspirantes, algo sin precedentes, no pudieron pasar a la segunda vuelta…

La penosa situación creada aconsejó juiciosamente al canciller (jefe del gobierno) Werner Faymann presentar su dimisión como jefe de gobierno y del partido socialdemócrata (SPÖ). Fue sustituido el 17 de mayo por Christian Kern en un clima de generalizado pesimismo que lo sucedido ahora justifica sobradamente. Este rosario de hechos acredita la gravedad de la crisis, que ha hecho escribir a algunos observadores que, salvo milagro, el líder ultra, Heinz-Christian Strache, podría ser el próximo jefe del gobierno.

Una crisis epidémica

El lector ya sabe que “un fantasma recorre Europa”, pero el de ahora no es el descrito en la célebre frase con que Marx y Engels empezaron su “Manifiesto”: era el “fantasma del comunismo”. Ahora son los ultras de extrema derecha los que, al contrario, ayudados providencialmente por la fatídica alianza crisis económica-inmigración masiva y oleadas de refugiados, ganan terreno a toda velocidad en el viejo continente.

Así, el partido francés más representado en el parlamento europeo es ya “Frente Nacional” de Marine Le Pen, con 24 escaños, tras multiplicar por cuatro su resultado hace dos años y superar a los liberal-conservadores (20) diputados) y, sobre todo, a los socialistas (13). Prácticamente en todos los países, con la excepción del Reino Unido, España, Portugal y en menor medida Italia, se registra un auge inquietante del populismo de extrema derecha que ha encontrado en la inmigración un tesoro argumental en la explotación del miedo...

Austria añade una nota particular al escenario: fue nazi y lo son o fueron los fundadores del FPÖ, empezando por el padre del invento, Antón Reinthaller, activo miembro de las SS en su juventud y más tarde ministro del III Reich, o por el hombre que lo dinamizó y lo recreó en el ambiente de la permisión democrática, Jörg Haider, criado en un hogar de caluroso culto a Hitler…

En resumen: el nuevo presidente de Austria es un demócrata irreprochable, pero el susto permanece y el problema, también. No sería una sorpresa que las próximas legislativas las ganen, sencillamente, los ultranacionalistas y quienes banalizan el III Reich. Una perspectiva inquietante ….