En nuestra Comunidad, Balears, la actividad turística (incluidos sus errores) ha sido, y sigue siendo, básica para la creación y mantenimiento de un bienestar relativo. Pero a su vez podemos morir de éxito, a pesar de las cifras millonarias de visitantes y turistas. Nuestro turismo tiene fortalezas y debilidades como cualquier otra actividad humana. Deseo, como la inmensa mayoría de nuestra ciudadanía, el éxito de nuestra actividad económica básica, el turismo, pero precisamente por ese deseo, es preciso analizar con objetividad y coherencia sus fortalezas y sus debilidades (¡que haberlas haylas!), que pueden poner en jaque a medio plazo nuestros éxitos. Y precisamente ahora, cuando nos vienen bien dadas, es el momento de reforzar los puntos fuertes y anular los puntos débiles.

Nuestra primera fortaleza es la conectividad aérea. La facilidad de comunicación (frecuencia, precios...) con los países y ciudades origen de nuestra demanda turística nos convierte casi en un aeropuerto “doméstico”. Tal conectividad beneficia no sólo a nuestro turismo clásico vacacional, sino también a otra realidad que de día en día adquiere relevancia. Se trata de visitantes de estancias cortas, de residentes (o casi) europeos que poseen casa entre nosotros.  No se trata sólo de jubilados, sino también de profesionales que pueden desarrrollar su actividad con soporte de las nuevas tecnológías desde aqui. Como es lógico, tal conectividad, aunque se perciban ciertas mejoras,  disminuye en temporada baja, especialmente en Menorca e Ibiza.

Otra fortaleza que, de día en día, merece más consideración es la seguridad. No en vano nuestra Comunidad se ha convertido en “destino refugio” ante el aumento de acciones terroristas en destinos turísticos virtualmente alternativos a Balears, especialmente los ubicados en la ribera sur y este del Mediterráneo. En parte son “turistas prestados”, lo reconoce incluso la Federación Hotelera, que probablemente se perderán cuando tales destinos alternativos puedan garantizar la seguridad. No cabe duda de que nuestro clima, naturaleza y medio ambiente son unas fortalezas sostenidas, pero que también pueden ofrecer (y ya ofrecen) otros destinos que de día en día seran más competitivos, especialmente si no mantenemos y mejoramos la calidad de nuestro territorio y sus atributos. Finalmente, es preciso insistir en la profesionalidad, el know-how, de nuestro sector de alojamiento y de las mal llamadas “ofertas complementarias” (ocio, deporte, gastronomía...). Pero hay riesgos. Los nuevos destinos alternativos compiten con instalaciones modernas y productos novedosos. Concretamente, algunas de nuestras zonas turísticas sufren el deterioro de los años sin renovación profunda, más allá de simples operaciones de maquillaje.

Pero, ¿cómo no?, también tenemos debilidades. La primera, la estacionalidad. Es cierto que vamos alargando la temporada turística, pero también lo es que la actividad queda paralizada en índices exageradamente bajos durante largos meses. Los hoteles siguen cerrando (en su mayoría) y, consecuentemente, también la oferta complementaria. Muchas zonas turísticas de éxito en temporada alta son cuasi cementerios en invierno. Surgen nuevos productos exitosos, el más evidente es el cicloturismo, pero queda mucho por hacer. Algunos nos tememos que tal estacionalidad sea estructural, léase un turismo basado en una actividad intensiva en los meses de verano que incluye una mano de obra igualmente intensiva, precaria y con escasa profesionalidad. La consecuencia, entre otras, es una estructura productiva ineficaz. Según la EPA, en plena temporada alta el paro se sitúa cerca de las 90.000 personas, y en temporada baja supera las 130.000. Tal realidad es absolutamente insostenible. Comienza a coger carta de ciudadanía la necesidad de buscar y encontrar otras actividades económicas no relacionadas directamente (aunque puede que sí indirectamente) con el turismo convencional. No es fácil pero es posible; en una futura colaboración prometo tratar este tema.

Otro dato preocupante es “la concentración” en pocas fechas de unas cifras absolutamente insostenibles de turistas. El hecho de ser isla implica un territorio limitado y frágil.Según datos oficiales, el 10 de agosto del 2015 la presión humana sobre el conjunto de las Islas Baleares fue de 2.010.520 personas, mientras nuestra población estable durante la temporada media-baja es de 1.093.246 personas. Hay opiniones que consideran que la causa de tal desajuste es el descontrol de las viviendas de alquiler turístico. Ocasión habrá de evaluar tal realidad. Pero tal desajuste, ademas de la saturación y agobio que experimentan nuestros turistas y visitantes, implica un mal uso de  equipamientos y servicios. Las carreteras, depuradoras,  desaladoras..., así como diversos equipamientos y servicios públicos y privados, tienen que crearse pensando en las cifras máximas de uso (2.010.520 personas). Pero tal uso queda reducido a un millón y pico de personas en temporada media baja, lo que implica que los costes de mantenimiento des estas infraestructuras infrautilizadas gran parte del año corren a cargo de la poblacion residente habitual.

Concluyo con un informe de la OCDE, entidad no sospechosa, en la que constata que nuestra comunidad está por debajo de los países avanzados en distribución de renta, en economía sumergida, en empleo vulnerable... Hay un dato muy relevante: somos la región 176 sobre 239 en “competitividad”, de la cual algunos tanto fardan. Según la OCDE, la causa de nuestra escasa competitividad es el lastre de "su deficiente sostenibilidad social y medio ambiental”.