El resultado del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea ha sido una verdadera sorpresa. Todas las encuestas, las casas de apuestas y las posiciones de los operadores y analistas de la City londinense, daban por hecho la victoria del Remain, tras unas semanas previas de incertidumbre. Ello hizo subir las Bolsas, los bonos y la cotización de la libra esterlina. El triunfo del Brexit, lógicamente, ha tenido un impacto brutal, al revertir bruscamente estas expectativas. Su impacto ha sido especialmente elevado en aquellos mercados en los que los bancos centrales no pueden intervenir directamente: los mercados de divisas y las Bolsas, que se desplomaron a la vez que lo hizo la libra. Pero, además de esta reacción lógica, había un elemento añadido. Buena parte de la campaña de los partidarios de la permanencia se había basado en el mensaje de que, si triunfaba el Brexit, los mercados se hundirían, la libra se hundiría y las Bolsas se hundirían. Como dichos mercados son el terreno abonado de las profecías que se auto-cumplen (“self-fulfilling prophecies), la caída está todavía más justificada. Algún día alguien estudiará si estas campañas basadas en el miedo son efectivas o no, o incluso si son contraproducentes. Desatada la tormenta financiera el Viernes Negro de San Juan, las voces que anuncian el Apocalipsis tuvieron su día de gloria. De hecho, desde las trompetas de Jericó no se había escuchado una algarabía semejante. Una de las frases más ingeniosas y mediáticas es la que afirmó que “el Brexit es el Lehman Brothers europeo”, tomada de una declaración del Ministro de Finanzas finlandés, en la campaña del miedo, antes del referéndum del 23J.

Lo cierto es que, a pesar de lo ingenioso de la frase, su efectividad ex post ha sido nula, o incluso negativa. Y, además, la frase no hace honor a la verdad.

La caída de Lehman Brothers fue el epicentro de una crisis financiera con origen en EEUU

La caída de Lehman Brothers fue el epicentro de una crisis financiera con origen en EE.UU. que se contagió a todo el sistema financiero mundial. En EE.UU. estallaba una gigantesca burbuja inmobiliaria que desplomó el valor de los activos inmobiliarios. Los bancos, invadidos de esos activos tóxicos, con frecuencia ocultos en sofisticados productos financieros, dejaron de prestarse los unos a los otros, por falta de confianza. Se secaron los mercados mayoristas (interbancario, de capitales) y se dejaron de conceder créditos, porque los bancos dejaron de confiar en la capacidad de pago de los clientes a los que prestaban. Los inversores dejaron de comprar bonos, porque tampoco se fiaban de las empresas que los emitían. Nadie se fiaba de nadie y el sistema de pagos colapsó. El gasto de consumidores y empresas se contrajo y las economías reales se hundieron y, con ellas, el comercio mundial y los precios de los activos, de los bienes de consumo y de las materias primas y los bienes intermedios, es decir, la deflación. Los bancos centrales trataron de reaccionar con inyecciones de liquidez, pero la transmisión de la política monetaria fallaba, por la situación de los balances de los bancos y su problema de solvencia. El dinero inyectado no llegaba a la gente. Se sanearon los sistemas financieros de muchos países y de esta crisis financiera global muchos países, me atrevería a decir que la mayoría, salieron en 2010-2011. En la zona euro, sin embargo, se produjo una segunda ronda, por la crisis de deuda soberana, ante la inacción del Banco Central Europeo para defender a los países miembros de los ataques de los mercados contra su deuda soberana. Sólo a partir del verano de 2012 empezó el BCE a cambiar su actitud y su política monetaria, cuando el euro estuvo al borde del colapso.

Nada de todo eso está ocurriendo ahora. Esto no es Lehman, hermano. No hay burbuja inmobiliaria que se esté pinchando. No hay mas ni menos activos tóxicos que los que habría si el resultado del referéndum hubiera sido positivo. No hay unos bancos centrales que miren para otro lado ante el tsunami financiero. De hecho las primas de riesgo se han sujetado mediante la compra de bonos por parte de los bancos centrales. No se han secado los mercados mayoristas. Ni se han roto las cadenas de pago. De hecho, el indicador que mejor señala el riesgo de los mercados financieros, el índice VIX, que mide la volatilidad de los mercados, apenas se ha movido (véase el gráfico). Nada que ver con los episodios de 2008-09, los del verano de 2012 o el referéndum y posterior corralito griego en julio del año pasado.

 

Si la crisis no es financiera, ¿quiere decir que es irrelevante? En absoluto. Se trata de una grave crisis institucional que, depende de cómo se resuelva, tendrá un impacto negativo o no, a medio plazo, sobre la economía británica, la europea e incluso la mundial. Una crisis semejante a esta es la que tuvo lugar en Europa tras el referéndum danés de 1992, que rechazó el Tratado de Maastricht en ese país. El Sistema Monetario Europeo saltó por los aires, la libra y la lira abandonaron el régimen cambiario y la peseta sufrió varias devaluaciones. Pero hubo una reacción europea y, lejos de abandonar el proyecto de la unión monetaria, el euro recibió un impulso y seis años después era una realidad, pese a sus fallos institucionales que quedaron en evidencia en 2010. De la crisis de finales de 1992 se había salido ya en 1994, y eso que la magnitud de la misma fue incomparablemente superior a la actual, pues coincidió con una grave recesión en EE.UU.

Si la crisis no es financiera, ¿quiere decir que es irrelevante? En absoluto. Se trata de una grave crisis institucional

Las potenciales consecuencias negativas de este Brexit son básicamente comerciales y de inversión, sobre todo por la incertidumbre de no saber cuáles serán las nuevas reglas de juego vigentes entre el Reino Unido y la Unión Europea. Para minimizar esta incertidumbre y sus consecuencias debería haber una reacción europea que fuera:

  • Rápida: no podemos permitirnos dos años o más de incertidumbre a ambos lados del Canal de la Mancha. El proceso de divorcio ha de empezar ya y resolverse lo antes posible.

  • Amistosa: la reacción sectaria de “ahora se van a enterar por haberse ido del club” no haría más que perjudicar la continuidad de los flujos comerciales y de inversión entre las dos regiones. Dichos flujos se basan en la idea de que “cuanto mejor te vaya a ti, mejor me irá a mi” y viceversa.

  • Duradera: no podemos dar la impresión de que se va a hacer un apaño durante unos años y luego ya se revisará todo con más tiempo.

Esto en lo que se refiere a la nueva relación bilateral de la Unión Europea con el Reino Unido. Pero, además, la Unión Europea debería reaccionar avanzando en el proyecto europeo, como hizo en 1992. Si queremos unos verdaderos Estados Unidos europeos, a la imagen del de EE.UU., necesitamos un gobierno federal europeo que tenga impuestos, capacidad de gasto y de inversión, eurobonos, una mutualización de los riesgos financieros, avanzar en la unión bancaria con un fondo de garantía de depósitos europeo, unas políticas industrial, energética y digital europeas y un impuesto a algunas transacciones financieras europeas (divisas y derivados), la famosa Tobin tax. Buena parte de esta agenda no se ha podido poner en marcha hasta ahora por el veto británico. Con su salida de la Unión, no hay mal que por bien no venga, quedará en evidencia si las objeciones británicas eran una excusa y si hay de verdad voluntad política en el continente para renunciar a la soberanía nacional y avanzar hacia los Estados Unidos de Europa. Si ocurre esto, que lo dudo, el Brexit se habrá convertido en una oportunidad. Si no ocurre, el deterioro institucional irá a más, y el riesgo de ruptura de la Unión Europea será elevado. Y eso sí que será algo peor que Lehman, hermano.