¿Qué es lo que lleva a un hombre a simular ante su familia y su entorno que ocupa un puesto en la Organización Mundial de la Salud cuando en realidad ha sido despedido de su trabajo? Jean-Claude Romand mantuvo el engaño durante 18 años, hasta que un día de 1993, cansado de fingir y por temor a que se descubriese su mentira, asesinó a su familia y luego intentó suicidarse. Vincent Renault (Aurélien Recoing), el protagonista de El empleo del tiempo (Laurent Cantet, 2001) inspirado en el propio Romand, además de consumir buena parte de sus horas en parkings de hoteles pernoctando dentro de su automóvil o desayunando en restaurantes de carretera, se entrega a una minuciosa labor de documentación sobre el trabajo que se ha inventado para mantener las apariencias, al mismo tiempo que crea un ficticio negocio de inversiones en el que involucra a conocidos con el fin de cubrir sus gastos. Pese a lo insólito del caso, refleja un hecho tan humano y tan cotidiano como ese ansia del individuo por obtener una posición social dentro de la comunidad a la que pertenece, el deseo de ser alguien. El temor de Vincent Renault es convertirse en un excluido social, en un hombre invisible.

La invisibilidad no sólo salpica al parado, también al trabajador, al hombre entregado a un quehacer rutinario, automático, día a día, a lo largo de décadas, cumpliendo estrictamente las horas y las funciones de un trabajo lineal, sin apenas cambios pero con el eterno objetivo de ahorrar lo suficiente para ir haciendo mejoras en el hogar o para proporcionar estudios universitarios a sus hijos. Ese es el propósito del padre de Franck (Jalil Lespert), el joven protagonista de Recursos humanos (Ressources humaines, Laurent Cantet, 1999) quien, cuando acaba sus estudios universitarios, consigue un puesto de trabajo como meritorio en el departamento de recursos humanos de la fábrica en la que su padre lleva treinta años en plantilla. Lo que no puede prever el progenitor es que su propio vástago acabará excluyéndole por imperativos de la empresa.

Recursos humanos (Laurent Cantet, 1999)

El hombre se ve sometido a los dictados de una sociedad contra la que no se rebela. Quizá por temor a perder su estabilidad, porque son las reglas del juego o porque, simplemente, las cosas son así. En un pasaje de La corrosión del carácter (Anagrama, 2009), Richard Sennett se refiere al sociólogo Daniel Bell, que «había aprendido que las insatisfacciones del trabajo, incluso aquellas tan profundas que vacían el trabajo de toda satisfacción, no conducen a los trabajadores a la rebelión: la resistencia a la rutina no provoca la revolución» (Pág. 44). El hombre moderno comienza a reinventar una nueva filosofía contra esa rutina: la llaman flexibilidad.

La última secuencia de El empleo del tiempo muestra a Vincent Renault en una entrevista de trabajo. Se ha convertido de nuevo en una pieza de la maquinaria. Su actitud puede verse como una variante del suicidio de Romand, pero más lento. Una variante a la que quizá está predestinado el hijo de Recursos humanos y en la que se halla inmerso Simon (Mathieu Amelric), el protagonista de La cuestión humana (La question humaine, Nicolas Klotz, 2007), ejecutivo del departamento, también de recursos humanos, de la filial francesa de una gran corporación petroquímica y quien, por encargo de Karl Rose (Jean-Pierre Kalfon), uno de los altos directivos de la compañía, debe de investigar a Mathias Jüst (Michel Lonsdale), el director general de la misma. La investigación llevará a Simon a una profunda reflexión sobre sí mismo y sobre las consecuencias reales de su propia labor dentro de ese despiadado aparato del que forma parte; sobre la crueldad y la deshumanización del mundo empresarial que trata al ser humano como un objeto. Así es Simón. También su comportamiento es cruel y deshumanizado con los demás.

La cuestión humana (Nicolas Klotz, 2007)

Klotz establece similitudes entre los modos de actuación de las grandes corporaciones con los del régimen nazi. Para él, las nuevas formas del capitalismo producen un exterminio reglamentado a través de informes técnicos y diálogos corporativos. Palabras camufladas, tergiversadas, incluso abstractas, que ponen de manifiesto las oscuras prácticas del poder, la utilización de seres humanos como meras piezas de ajedrez para lograr unos fines determinados:

Control. Selección. Depuración. Reinserción. Plan de reestructuración. Deslocalización. Redistribución. Compensación. Competitividad. Eficacia. Rentabilidad

Son algunos de los términos que usa esa lengua fría, técnica, ambigua. Es el lenguaje de los directivos de Recursos humanos y también el que maneja Simon en La cuestión humana. Perversas argucias del lenguaje del siglo XXI, las mismas que utiliza ese documento redactado por un ingeniero el 5 de junio de 1942, cuando el nazismo comenzaba a poner en marcha su escalofriante maquinaria para llevar a cabo la Solución Final, que recibe el propio Simón y que lee en voice over:

«Desde diciembre de 1941, 97.000 han sido tratados de forma ejemplar por los tres camiones en servicio sin incidentes importantes. La explosión de Kulmhof debe de considerarse un caso aislado debido a un error de manipulación. Se han enviado instrucciones a los servicios interesados para evitar accidentes así. Uno. Para poder introducir rápidamente el dióxido de carbono evitando la sobrepresión, se harán dos hendiduras de diez centímetros en el tabique trasero provistas de válvulas móviles con bisagra de hojalata. Dos. La carga de los camiones es nueve o diez unidades por metro cuadrado. Pero los camiones Saurer no tienen tanta capacidad. No sería una cuestión de sobrecarga, pero la estabilidad del vehículo se vería afectada. Parece necesario reducir un metro la superficie de carga. Reducir las unidades, como ahora, no es una solución: el espacio vacío debe de llenarse de dióxido de carbono. Los constructores del artefacto nos dijeron que la reducción de la parte trasera del camión desplazaría el peso hacia la parte delantera con el riesgo de sobrecargar el eje delantero, pero en realidad el equilibrio se restablece involuntariamente, la mercancía muestra una tendencia natural a empujar hacia la puerta trasera y al final de la operación acaba tumbada sobre todo en esa parte. Así, no hay ninguna sobrecarga. Tres. El tubo que conecta el escape al vehículo sufre oxidación, pues los líquidos lo corroen por el interior. Para evitar ese inconveniente conviene tener tubos de repuesto. Cuatro. Para la limpieza del vehículo, hay que hacer un orificio hermético en el centro del suelo. La tapadera, de 20 a 30 centímetros, tendrá un sifón que permitirá la salida de los líquidos durante el funcionamiento. La suciedad más densa se evacuará por la apertura cuando se limpie. Para ello se inclinará un poco el suelo del vehículo. Cinco. Se pueden suprimir las ventanas de observación, apenas se usan. Sería un gran ahorro. Seis. Hay que recubrir las luces con una rejilla para que no se puedan romper. La práctica ha demostrado que no son indispensables. Pero en el momento del cierre de las puertas, la oscuridad provoca un empuje del cargamento hacia ellas. Ello se debe a que la mercancía cargada se precipita hacia la luz cuando sobreviene la oscuridad, lo que dificulta el cierre de las puertas. Se ha observado la inquietud que produce la oscuridad, siempre hay gritos cuando se cierran las puertas. Parece, pues, oportuno iluminar antes y durante los primeros minutos. La luz también es útil para el trabajo nocturno y la limpieza del vehículo. La nota técnica había sido examinada por el Obersturmbannführer Rauff. Estaba firmada: A sus órdenes, Jüst.»

Jüst, como el propio apellido del directivo investigado a quien encarna Lonsdale en La cuestión humana. Una coincidencia, o más bien un guiño que enfatiza los sombríos métodos de la corporación que preside. Un documento, además, que en cierta manera adquiere especial relevancia por lo que muestra ese recorrido por los abismos del genocidio que es El hijo de Saúl (Saul fia / Son of Saul, Lászlò Nemes, 2015), porque su protagonista, un miembro de los llamados sonderkommando, se mueve casi como un autómata, quizá paralizado por el horror, quizá inmunizado por la barbarie que contempla a diario, quizá por ambas cosas, al igual que sus compañeros, bajo la presión de ser ejecutados si no cumplen su escalofriante tarea en las cámaras de gas y en los crematorios, haciendo labores de limpieza, retirando cadáveres, extrayendo piezas de valor o trasladando los cuerpos para su incineración.

El hijo de Saúl (Lászlò Nemes, 2015)

Control. Selección. Depuración. Reinserción. Plan de reestructuración. Deslocalización. Redistribución. Compensación. Competitividad. Eficacia. Rentabilidad…

El lenguaje del capitalismo ha adoptado esas maneras. «Todo elemento incapaz de trabajar será tratado según unos criterios objetivos. Edad, absentismo, adaptabilidad según el eje competencia-convertibilidad y los códigos de evaluación actualizados», como expresa Simon en voice over. A un lado los que forman parte de la élite y al otro los que (ya) no son rentables.

Ari Newman (Lou Castel) le hablará a Simon sobre el gran poder propagandístico de la lengua pero cuyo efecto «no lo producen los discursos, los artículos, las octavillas. Se introduce en la carne y en la sangre de la mayoría. ¿Sabe que ya no hay pobres? Hay gente modesta. Ya no se habla de cuestión. Por ejemplo, la cuestión social. Sino de problemas que los especialistas segmentarán en series de problemas técnicos. Para cada uno encontrarán una solución óptima, fórmulas eficaces. Sí, palabras. Vaciadas de sentido. Una alteración de la lengua. Una lengua muerta. Neutra. Invadida por palabras técnicas. Una lengua que consume su humanidad».

El aparato capitalista institucionaliza a los individuos con el fin de que sean productivos. No hace distinciones entre el obrero y el ejecutivo. Si hay algo que une a estas figuras es su invisibilidad, sea en la nave de una fábrica o en los despachos de los pisos superiores. Son engranajes al servicio de un sistema que carece de nombres propios. El que se califica con conceptos abstractos, más globales, como los mercados. Los que provocan las crisis financieras que afectan a los seres invisibles de la oficina y de la cadena de montaje; los que organizan sus vidas, sus horarios y su tiempo libre.

La cuestión Humana (Nicolas Klotz, 2007)

Las palabras de Simón son como las del ejecutivo que entrevista a Vincent en la citada secuencia de El empleo del tiempo: «La ambición es importante en el desarrollo de una carrera. En este caso es aún más importante ya que es un cargo de suma responsabilidad. Es un campo que comenzamos a desarrollar y en el que deseamos invertir mucho. Se trata, pues, de una aventura financiera, estratégica para el grupo, pero, antes que nada, para nosotros, es también una aventura humana. Tendrá un equipo de unas ocho personas. Es un equipo joven que habrá que amalgamar. Le proponemos un perímetro de trabajo bastante completo. Obviamente requiere una fuerte inversión de su parte si acepta ocupar este puesto para nosotros. No es que quiera ejercer una excesiva presión sobre usted, simplemente quiero ser claro y no subestimar la magnitud de la tarea que le aguarda».

Control. Selección. Depuración. Reinserción. Plan de reestructuración. Deslocalización. Redistribución. Compensación. Competitividad. Eficacia. Rentabilidad…

El hombre moderno ya no tiene una vida lineal, sólo las diversas rutinas que le imprimen los diferentes puestos que ocupe durante su ascendente carrera profesional. Porque los objetivos son a corto plazo y están muy lejos de esa larga experiencia laboral de sus predecesores. El yo moderno es, según Salman Rushdie, «un edificio tembloroso que construimos con retales, dogmas, injurias infantiles, artículos de periódico, comentarios casuales, viejas películas, pequeñas victorias, gente que odiamos, gente que amamos» [en Richard Sennett, Op. cit, pág. 139]. Nuestro yo moderno son narraciones fragmentadas, como un álbum de recortes, los que van acumulando la historia personal de cada uno de los cuerpos. Cuerpos anónimos como los que se exterminaban en las cámaras de gas. Cuerpos anónimos como los que representan los números de las plazas del parking de la multinacional que muestra el largo travelling inicial de La cuestión humana. Cuerpos que danzan en penumbras, entre destellos en las fiestas que organiza y en las que participa el propio Simon. Cuerpos como los que acuden a diario a la fábrica en Recursos humanos, como los que entran cada mañana en el edificio de la Organización Mundial de la Salud en El empleo del tiempo.

El empleo del tiempo (Laurent Cantet, 2001)

Pero Klotz defiende desde la metáfora el uso de otra lengua, mucho más amplia, más rica, la que para Andrei Tarkovski se convierte en una manifestación colectiva de unión y reunión entre los individuos, en medio de transmisión de cultura pero también de conocimiento del hombre sobre sí mismo. La lengua del arte. La que emplea el cantaor flamenco y el cantante de fado. Dos actuaciones que congregan a los miembros de la plantilla, entre ellos Simon, que escuchan con suma atención. Dos géneros musicales tan distintos como universales en cuanto a que son expresión del sentimiento, del dolor humano, de la belleza.

Y aunque los discursos de los filmes mencionados en estas líneas puedan dar una sensación inicial de desesperanza, tan sólo son una invitación a la reflexión, a eso que expresó Richard Sennett al final de La corrosión del carácter: «He aprendido del pasado duro y radical de mi familia; si se produce el cambio, se da sobre el terreno, entre personas que hablan por necesidad interior más que a través de levantamientos de masas. No sé cuáles son los programas políticos que surgen de esas necesidades internas, pero si sé que un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda para cuidarse entre sí no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad» (pág. 155).  Humanizar el trabajo, humanizar al hombre, porque al fin y al cabo los poderosos también son humanos.