"El cristianismo podría ser bueno, si alguien intentara practicarlo". Esta frase, enunciada por el escritor irlandés George Bernard Shaw hace más de medio siglo, resume a la perfección las conclusiones a las que ha llegado la ciencia tras estudiar a fondo el cerebro de ateos y agnósticos y compararlo con los resultados de sus homólogos creyentes.

Que una persona religiosa sea bondadosa, solidaria y altruista es un axioma que parece haber calado a fondo en nuestra sociedad. Pero tras ver el resultado de diversas investigaciones, uno no puede más que pensar que estamos ante otro gran mito a punto de ser desterrado.

La ciencia lo confirma: es más sana una educación sin religión

Una investigación publicada recientemente en la revista Current Biology aseguraba que los niños educados en hogares religiosos son menos generosos que aquellos que son criados en familias agnósticas o ateas. Además de compartir menos, los pequeños que conviven con algún tipo de fe también juzgan y castigan de forma más severa la mala conducta de los demás.

Para llegar a estas conclusiones, los científicos evaluaron el comportamiento de 1.170 niños de edades comprendidas entre cinco y doce años procedentes de seis países distintos: Canadá, China, Jordania, Turquía, Estados Unidos y Sudáfrica. La religión mayoritaria entre los participantes era musulmana (43%), cristiana (23,9%) y no religiosos (27,6%). 

Según explicó Jean Decety, autor principal de la investigación, las sociedades secularizadas son más pacíficas y generalmente más ‘sanas’ que las de aquellos países que se anclan en valores religiosos. Los países democráticos con poca fe religiosa –como Países Bajos, Suecia, Dinamarca, Japón, Bélgica o Nueva Zelanda– a día de hoy tienen los niveles más bajos de criminalidad en el mundo y en ellos destaca el bienestar de sus ciudadanos”.

Los religiosos son más intolerantes

Es raro el día que no nos levantamos y vemos en las noticias como un cura, sacerdote u otro cargo clerical ha emprendido verbalmente contra el colectivo homosexual u otros que no son de su agrado. Está claro que estas personas no son un reflejo de todos los creyentes, pero sí de una buena parte de ellos. No es una opinión subjetiva, sino que la misma ciencia ha avalado.

Según una investigaciónlas personas profundamente religiosas son notablemente menos tolerantes que aquellos que se declaran no creyentes. Para llegar a estas conclusiones, los científicos analizaron la correlación existente entre racismo y religión desde el año 1964 hasta 2015. Tras evaluar detenidamente los resultados, se percataron de que una fuerte identidad religiosa grupal incrementa el etnocentrismo y, por tanto, la xenofobia e intolerancia hacia otros estilos de vida que no sea el suyo.

Algo que confirmó de rebote un estudio reciente publicado en la revista Social Cognitive and Affective Neuroscience. Mientras probaban cómo afectaba una dosis mínima de magnetismo al cerebro de los voluntarios, se dieron cuenta de que las creencias religiosas o ciertas ideas intolerantes como determinadas actitudes ante la inmigración, son para ellos una forma más de resolver problemas. Según explicaba Keise Izuma, psicólogo de la Universidad de Nueva York y autor principal del estudio, "la gente a menudo recurre a la ideología cuando tiene que enfrentarse a determinados problemas. Queríamos saber si una región del cerebro que está relacionada con la solución de problemas concretos, como decidir cómo mover el cuerpo para superar un obstáculo, también está implicada en la solución de problemas abstractos abordados por la ideología".

Los ateos son más inteligentes

La revisión de más de 60 estudios científicos no dejó lugar a dudas: las personas ateas y agnósticas son, generalmente, más inteligentes que sus 'vecinos' creyentes. Según explican los investigadores, la teoría de los panes y los peces, el arca de Noé y otras anécdotas del best seller más vendido de la historia, no dejan de ser creencias completamente irracionales que no consiguen seducir a personas con una mayor capacidad de aprender de determinadas experiencias, resolver problemas, razonar o pensar de forma abstracta.

Por otro lado, los religiosos tienen suerte en algunas cosas. Creer en algún tipo de Dios reduce notablemente el estrés y la ansiedad según una investigación llevada a cabo por la Universidad Toronto Scarabough (Canadá). Además, también consigue ayudar a determinadas personas a manejarse mejor con la adversidad que supone enfrentarse a una enfermedad crónica. Y es que, como dice un refrán: la esperanza es lo último que se pierde.

No obstante, ni agnósticos, ni ateos, ni religiosos podemos presumir de moralidad. Este último vídeo elaborado por UNICEF pone en evidencia cuántos prejuicios tenemos. Incluso con niños. Es para hacérnoslo mirar: