Si comparamos Malas madres con Noche de marcha, la anterior película de sus directores, Jon Lucas y Scott Moore, nos encontramos, en general, con que estamos ante dos producciones muy similares en el plano visual. Si nos detenemos en algunos de sus guiones, como en la trilogía Resacón en Las Vegas o Atraco por duplicado, veremos algunas diferencias; en cambios, en otras películas como El cambiazo o, especialmente, Los fantasmas de mis ex novias o Como en casa en ningún sitio, quizá encontremos menos. Estén o no tras las cámaras, Lucas y Moore tienen un sentido de la comedia que tiende a unos planteamientos más o menos convencionales en sus argumentos –se mueven en un terreno reconocible en cuanto a ellos- que intentan subvertir desde su interior, es decir, tratando las situaciones y a los personajes desde una construcción que presentan arquetípica y a la que pretenden remodelar en su desarrollo. Pero son intenciones que funcionan tan solo en su superficie o muy parcialmente, dado que la gran mayoría de las películas mencionadas anteriormente acaban decantándose por derroteros tan, o más, convencionales que la de aquellas películas que Lucas y Moore parecen querer violentar.

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Es posible que eso se deba a cuestiones de producción antes que de creación, de ahí la deriva que fue tomando, por ejemplo, la trilogía de Todd Philipps en Las Vegas, pero lo cierto es que Malas madres es una de esas comedias que paulatinamente se dedica a desechar todas las buenas ideas que surgen a lo largo de su camino. Y, sobre todo, que atiende más al discurso que quiere lanzar –y que al final acaba siendo decepcionantemente convencional y conservador- que a crearlo mediante imágenes. De ahí que, por ejemplo, las continuas secuencias a cámara lenta acompañadas de canciones lleguen a saturar en vez de haber sido usadas con un sentido narrativo más allá de juntar algún que otro comentario cómico más o menos gracioso. O bien que las buenas líneas de diálogo que intentan introducir un toque más ‘fuerte’ acabuen siendo ideas aisladas que funcionan en la primera mitad, cuando todavía es posible pensar que la película de Lucas y Moore puede salvarse mediantemente.

Pero nada acaba funcionando, no al menos en los términos que se pueden esperar. Es decir, Malas madres puede funcionar medianamente dentro de unos parámetros del género que no son los que en apariencia sus directores y guionistas nos están vendiendo. Así que el resultado sea una hora y media para contar, sin apenas mucho más, que es complicado para una mujer hoy en día ser madre –con todo lo que implica en su vida diaria-, que es necesario rebelarse a las estructuras establecidas, perder el control de vez en cuando. Bien. Eso queda claro a lo largo de la película, lo malo es que la conclusión de la película rompe cualquier posibilidad de crear un discurso que vaya más allá de lo que, cualquiera, más o menos, sabe antes de entrar en la sala, como por ejemplo la posibilidad de mostrar –lo hace de manera muy superficial- que hay un problema de clase, además de género, detrás de muchas de las problemáticas que expone Malas madres.

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Malas madres decepciona en su tono convencional en el plano visual, y aunque posee un buen ritmo, lo utiliza para hacer avanzar la acción pero sin modular bien los diferentes tonos que introducen en la narración, quedando un compendio de ideas solucionadas con celeridad. Están las tres actrices protagonistas para dar algo de personalidad a la película, si bien no saca partido del todo a Kristen Bell en las posibilidades que da su personaje y la imagen de la actriz, y, ante todo, desperdicia el talento Kathryn Harh.