En Cataluña, a día de hoy, las farmacias tienen como principal acreedor a la Generalitat, el Govern de Carles Puigdemont no ha presentado una sola ley en lo que va de legislatura, los sindicatos de educadores protestan ante las plazas vacantes que no se ocupan, los barracones que se eternizan y la falta de becas comedor, el sector sanitario público tiembla ante la privatización que ha sufrido con el anterior gobierno de Artur Mas y la supresión de miles de camas. Pero, ¡albricias y alboroques!, el actual President, Carles Puigdemont, marca paquete nacionalista, confirmando su presencia en una de las cinco manifestaciones independentistas que la ANC tiene convocadas para éste próximo domingo con motivo de la Diada. Estamos salvados. No tendremos para pan, pero tenemos para estampas.

A ver quién tiene la estelada más grande

El lugar al que Puigdemont acudirá a exhibirse bajo gritos de independencia y banderas esteladas tiene pelendengues. Nada menos que la localidad de Salt, en la provincia de Girona. Una población con un problema de inmigración descontrolada, con no pocos problemas de orden público, y una ciudadanía que está harta de ver como se conculcan sus derechos. Una burla más hacia la gente de la calle y otro ejemplo acerca del mundo de yuppie en el que vive el independentismo catalán, que niega la dura realidad para acomodarse en su paraíso artificial de propaganda y felicidad.

Lo que realmente significa un paso más en el despropósito soberanista es que, por primera vez, sea el President, que en teoría debe representar al conjunto de los catalanes, quien acuda a un acto partidista. Puigdemont olvida a la mayor parte de la sociedad catalana, apoyando solo a unos en detrimento de los otros, colocando a la institución que preside en lo que es un inequívoco estatus partidista. Y las instituciones, o son de todos, o dejan de cumplir el papel que deben mantener en un estado de derecho. En la decisión de estar “en primera fila al servicio de nuestra causa”, como ha dicho el propio Puigdemont, pesa un hecho palmario: el soberanismo pierde fuelle a pasos agigantados. Los propios convocantes de las manifestaciones, la ANC y Ómnium, reconocen que las cifras de inscritos (¿de cuándo acá hay que inscribirse para acudir a una manifestación y qué pasa con los datos privados que te exigen para formalizarla?) son muy bajas con respecto a años anteriores. Del millón y medio de la famosa Vía Catalana – algunos decían que dos – se ha pasado a unos escasísimos 300.000 asistentes, según los cálculos más optimistas. De ahí que Mas haya confirmado que irá a través de un vídeo que los soberanistas están haciendo circular por las redes, como si de un detente bala se tratase. Todo lo que haga falta paran avivar los rescoldos del fuego independentista que ha servido para ocultar el caso Pujol o el del 3 por ciento, que ahora empieza a cobrar una nueva y mayor magnitud.

Que éstas cosas las hagan los ex Convergencia y sus subvencionados se entiende. Que las quiera hacer Ada Colau y su nueva política, es más incomprensible. Porque la alcaldesa de Barcelona también ha confirmado su asistencia al aquelarre secesionista.

¿Qué se le ha perdido a Colau en una manifestación convocada por la ANC?

La presencia de la ex activista de la PAH en la manifestación independentista de Barcelona se explica a poco que uno sepa de política. Es muy simple: puro tacticismo de la peor especie. Colau se mueve en la calculada ambigüedad del que no se declara independentista, pero defiende el referéndum. Quiere amarrar para sí un electorado amplio que vaya desde la izquierda comunista ex Iniciativa hasta el voto ex PSC, pasando por sectores indepes hartos de las CUP y de la corrupción convergente. Amplio espectro, que se decía antes.

Tiene Colau una similitud con Puigdemont, porque ambos no han hecho más que regodearse en el postureo sin que, a día de hoy, puedan presentar obra de gobierno. En el caso de Colau todavía es mucho más grave, porque su inacción complica el día a día de una ciudad que ve como la suciedad, la falta de proyecto, la fuga de inversores o los graves problemas de orden público le importan poco a la alcaldesa, que se conforma con colgar una pancarta del balcón municipal donde se da la bienvenida a los refugiados, ofrece ventajas a los que infringen la ley, perjudicando a los que la respetan, y poco más.

Puede ser que Puigdemont y Colau satisfagan a sus respectivos partidos. Lo indudable es que no lo hacen con el conjunto de la ciudadanía, marginando a los que no son de su cuerda y obviando el bien común por el puro interés partidista, cuando no personal. Ante tales despropósitos, cabe preguntarse, en el caso de la edil barcelonesa, que pensará Jaume Collboni, su socio en el gobierno municipal. Y, ya puestos, que pensarán en el PSC, porque a día de hoy no consta que estén por la secesión. Aunque con el reciente manifiesto de dirigentes que apoyan a la alcaldesa de Santa Coloma, Parlón, que le disputa a Miquel Iceta el cargo de Primer Secretario, todo podría ser. Pero, como dijo Kypling cuando hablaba del socialismo catalán, ésa es otra historia.