El Partido Socialista tiene con Pedro Sánchez un problema parecido en muchas cosas al que el Estado tiene con Artur Mas: A) ambos han radicalizado sus posiciones iniciales hasta hacerlas casi irreconocibles; B) ambos lo han hecho por razones más orgánicas que ideológicas; y C) ambos se enfrentan a su destino envueltos en la bandera de la democracia directa y sin intermediarios.

Pero, contrariamente a lo que les gusta pensar a sus adversarios: A) ninguno de los dos está loco; B) ninguna de sus nuevas posiciones está necesariamente condenada al fracaso; y C) ninguno de los dos es la causa de los problemas que tiene el Estado o tiene el PSOE, sino que ambos son el síntoma de esos problemas.

Muertos vivientes, héroes accidentales

Otra coincidencia entre ambos dirigentes es que, paradójicamente, a ninguno de ellos le pasó factura el severo retroceso electoral de las candidaturas que encabezaban, Artur Mas en 2012 y Pedro Sánchez en 2015 y 2016. Mas pagó su factura solo muy tardíamente y, vía CUP, por razones de aritmética parlamentaria pero del todo ajenas a su derrota fundacional de 2012.

Por lo demás, Sánchez y Mas coinciden en su extraña condición de muertos vivientes. Analizando la apretada trayectoria de fracasos y errores de ambos, el diagnóstico es inequívoco: ¡Deberían estar muertos¡. Deberían, sí, deberían…

Y por si todo ello fuera poco, los castigos que ambos han sufrido por su conducta parecen volverse en su favor y en contra de quienes, no sin bastante razón, se los infligieron. El Estado lleva a Mas a los tribunales y eso lo convierte en un héroe; el Comité Federal tumba a Sánchez y lo mismo.

Una idea indestructible

A su manera, Pedro Sánchez ha copiado de Mas el principio plebiscitario del derecho de decidir, que es una idea no ya buena o incluso muy buena, sino algo peor: es una idea demasiado buena, una idea indestructible porque está firmemente anclada en el propio imaginario social que sustenta a toda democracia, una pieza sin la cual el puzle de la democracia estaría incompleto, pero a su vez una pieza que utilizada sin cautelas puede destruir a la propia democracia. Que hable el pueblo, proclama Mas. Que hablen las bases, proclama Sánchez. ¡Pero si llevan 40 años hablando!, replican sus desconcertados e impotentes adversarios.

Es cierto que Pedro Sánchez ha modificado sustancialmente sus posiciones políticas y sus prioridades estratégicas, pero ese hecho, que nadie discute, no parece que haya dejado secos los depósitos de su credibilidad política, que tal vez no se mantiene intacta pero desde luego aguanta bien.

Sobre el populismo

Aunque no le sea favorable, no es injusto ni desproporcionado enmarcar el discurso de Pedro Sánchez en la ola general de populismo que viene anegando la política occidental desde que comenzó la crisis.

¿Populismo en qué sentido? En el más académico y respetuoso posible. Populismo en el sentido de que se trata de un discurso que: simplifica el debate político; tiende a la sobreactuación, ya sea retórica o ideológica; se siente cómodo en la dicotomía ellos/nosotros; abusa de la oposición algo facilona arriba/abajo; identifica sin pestañear quiénes son los malos; aprovecha con astucia los sentimientos de decepción de gran parte de la gente con una democracia que ya no garantiza el cumplimiento del contrato social; apela sin mayores precisiones a la recuperación de ‘la verdadera democracia’, ‘la verdadera izquierda’, ‘la verdadera identidad’…

Lo nuevo y lo viejo

¡Pero lo que está usted describiendo es la política democrática en general, no la populista en particular!, clamará el improbable lector. Por supuesto, pero con distintos grados: el populismo no es tanto un discurso nuevo como un abuso del discurso de siempre.

Ciertamente, lo que en el fondo ofrece el populismo son frases más que soluciones, pero en tiempos tan confusos como estos la gente necesita frases porque ha comprobado con desolación que aquellos cuyo oficio consiste en ofrecer soluciones hace mucho tiempo que dejaron de tenerlas.

Una buena historia

Al menos, el populismo nos cuenta una historia verosímil de por qué nos ha pasado lo que nos ha pasado: se trata fundamentalmente de una historia de buenos y malos que, como todas las historias solventes, no es del todo verdadera pero tampoco es del todo falsa. Por eso es tan endiabladamente difícil de combatir.

El discurso populista, siempre algo milagrero, tiene en estos tiempos mucho éxito entre las masas porque estas están enfadadas pero también porque están despolitizadas. ¿Lo tendrá también entre los cerca de 200.000 militantes del PSOE llamados a las primarias, que sin duda están enfadados pero a los que difícilmente se puede calificar de despolitizados? Esa es la esperanza los dos candidatos contrarios a Pedro Sánchez.