Banda de cuatro, mesa de cuatro, restaurante en pleno centro que no es lo mismo que en el centro, o sea, camareros de esos que te ven a ti mucho antes que tú a ellos (dice Cercas citando a Bryson). Entre los cuatro, tirando por lo bajo, suman cien años de gestión de la res pública. Han dejado atrás el “viento de banderas” de Neruda y ahora negocian los últimos peldaños de la vida civil con severas dosis de escepticismo. Es viernes, hace meses que no se han visto, abrazos atropellados y muchas espuelas en las palabras, que a modo de síntesis podrían ser:

Alayismo.- Digamos que a) se ha instalado un pesimismo factual en el mundo Chaves, mundo Griñán, mundo Gaspi, mundo Vallejo, mundo Mandalena que viene a decir daos por jodidos; b) su condena, después de un juicio de varios meses de pena de telediario, será el contrapeso a las gúrteles, a los Ratos, a los Bárcenas, un gran servicio de Zoido y Arenas al equilibrio ecológico de la corrupción; c) uno de ellos paseaba por la calle, alguien desde una terraza le reconoce, le increpa, le insulta, las baterías mediáticas de la derecha han alcanzado sobradamente sus objetivos; d) en donde el socialismo de ahora, un silencio cobarde que se respira, que se mastica, que mira para otra parte; e) los interventores y secretarios generales aterrorizados no firman papeles que no traigan setenta sellos, todo está paralizado por el terror de las fianzas mientras los discursos se llenan de rimas para emprendedores.

Susanismo.- ¿Hay alguien más que este señor llamado Máximo en el susanismo de mesa camilla? Va a ser que no. Que todos los caminos llevan a Susana pasando por Máximo y todo lo demás es el decorado institucional. Y ahora que parece lo que parece (¿lo dirá hoy, lo dirá mañana? ¿Tal vez la semana que viene?) todo el mundo busca por los pasillos de San Telmo a alguien que tenga una vela. El susanismo nos ha sobrevenido como suma por capas de los ismos de los últimos treinta años. Digamos que somos susanistas lo mismo que españoles: porque no nos queda otro remedio, visto el crítico cuadro clínico del amado sueño de la socialdemocracia. Qué pena, se oye decir entre los murmullos, que pena que Javier (dícese de Javier Fernández, presidente de la gestora y de Asturias) no tenga quince años menos.

Sanchismo.- “Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros”, dice San Agustín comentando las epístolas de San Juan sobre los anticristos, aunque no hay evidencia de que San Agustín supiera  de Pedro Sánchez. En la banda de cuatro lo que sí hay es unanimidad: Sánchez es la más grande amenaza para el socialismo del último siglo. Amenaza si gana, amenaza si pierde. Si gana, porque entregará el partido al delirio del sorpasso podemita y será el tonto útil que haga presidente a Iglesias, justo el culpable de que él no lo fuera. Si pierde, porque seguramente se irá con sus coroneles a buscarse un hueco para su vanidad en las playas del populismo de ser de izquierdas y tener que decirlo. Y lo peor de todo es que hay riesgo cierto de que pueda ganar.

Alcanzado este punto se dejaron oír ciertas imprecaciones muy comunes en los estadios de fútbol, mientras los camareros que te ven antes que tú a ellos ofrecían licores variados para cerrar la sobremesa. A la salida, mi altocargo miró como para Huelva, de donde siempre vienen las cosas, las lluvias y los vientos. Con el cuerpo encogido por un malestar desconocido llegó a casa, se metió un válium y no tenía claro si acostarse o llamar a Máximo.