Ante las graves acusaciones –encauzadas a través de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM)– por parte de varios periodistas de haber sufrido presiones de Podemos por su trabajo, la pregunta principal debe ser si han existido realmente esas presiones, no si en el pasado existieron otras presiones no denunciadas por las víctimas o no cursadas por la Asociación de la Prensa de Madrid.

Ahora bien: que la primera pregunta sea la principal no significa que la segunda sea irrelevante. Es relevante… pero secundaria.

Un argumento de segundo orden

Si la APM –que se comprometió a salvaguardar la identidad de los denunciantes, lo cual limitaba a su vez drásticamente la publicidad que podía dar a las pruebas presentadas– ha actuado o no ha actuado con la misma escrupulosidad en otros casos, es una cuestión importante, pero lo es a efectos de juzgar la conducta de la APM, no a efectos de juzgar la conducta de Podemos, que es quien se sienta en el banquillo en este juicio.

El argumento que pone el énfasis en que ‘la APM se mete con Podemos pero no con otras fuerzas más poderosas como el PP o El Corte Inglés’ es un argumento legítimo pero sobrevenido y de segundo orden, pues rehúye la pregunta principal, que es la de si dirigentes de Podemos han acosado y presionado a periodistas cuyas informaciones les desagradaban.

Venezuela no es China. ¿O sí?

Ese argumento de segundo grado es el mismo que el de quienes, cuando Felipe González o José María Aznar denuncian que hay presos políticos en Venezuela, replican que los expresidentes ‘se meten con Venezuela pero no otros países’ que también lo merecerían.

El reproche a González y Aznar no solo es legítimo, sino que además está perfectamente bien fundado pues, en efecto, lo que con tanta gallardía denuncian de Venezuela no se atreven a hacerlo de China, Rusia, Arabia Saudí o Marruecos. Esa doble vara de medir es innegable y, en todo caso, pone en duda la ecuanimidad o la coherencia de unos denunciantes mucho menos interesados en la naturaleza del pecado que en la filiación del pecador, pero no pone en duda lo principal, esto es, si lo denunciado concretamente sobre Venezuela es o no es verdadero.

Poner el énfasis en la doble vara es ponerlo donde no se debería poner, o no al menos en primer lugar, o no al menos en este momento: es ponerlo en la integridad de los denunciantes y no, como sería de justicia, en la situación de las víctimas.

No parece una invención

Escuchando con atención los argumentos de miembros de la actual directiva de la APM, como Jesús Maraña en Infolibre, o de la Asociación de Periodistas Parlamentarios, como Anabel Díez, compañera de algunos de los denunciantes, en Onda Cero, se tiene la impresión inequívoca de que la denuncia de los redactores no parece una invención alentada por propósitos espurios, sino que, en efecto, las víctimas son víctimas reales y verdaderas que se han sentido real y verdaderamente presionadas y acosadas.

Por lo demás, el reproche principal que se está haciendo a la APM –el uso de una doble vara de medir– no es del todo impecable, pues carga sobre las espaldas de la actual directiva cobardías y escaqueos que no son suyos, sino que serían de directivas anteriores: esa vara de medir que mete presente y  pasado en el mismo saco es similar a la que quien pretendiera cargar sobre un presidente de Gobierno las faltas cometidas por un presidente anterior solo por el hecho de ser ambos de un mismo partido.

Sobre el procedimiento

De mayor peso y alcance es, en cambio, el reproche sobre el procedimiento, las garantías, las consultas y los tiempos aplicados por la APM a la hora de hacer público un comunicado tan grave y comprometido. E igualmente, de mayor peso y alcance es el reproche sobre los silencios de esta directiva de la APM ante abusos que, aun no habiendo sido denunciados formalmente ante ella, tal vez deberían haber sido objeto de una intervención de oficio por su parte.

En toda esa controversia, al periodismo tal vez le ha faltado hacer un poco menos de política sobre los demás y poco más de periodismo sobre sí mismo: el que hacemos cuando contamos cualquier atropello o injusticia empatizando con el dolor de las víctimas pero sin descuidar el rigor del relato ni, naturalmente, ofuscarnos demasiado por los muchos atropellos e injusticias que –por desidia, por cobardía, por mala suerte– nunca salieron o saldrán a la luz.