Este artículo se iba a llamar “Pobres, tontos y de derechas” pero (unos) los expertos del mundo digital sostienen que podría ser demasiado literario, tal vez un punto metafórico, tal vez algo vaporoso y en un informe “ad hoc” que la empresa ha hecho llegar a los escribidores, nos recomienda que seamos más directos y menos alegóricos que se desdoblan si queremos que los dioses de las redes sociales nos bendigan con la inmortalidad de un ratico de gloria.

Según Renzi cita a Borges citando a Conrad a propósito de los duelos de honor: “El doctor Johnson tuvo una áspera discusión sobre teología; su oponente, enfurecido, le arrojó un vaso de vino a la cara; el doctor Johnson lo miró: esta es una digresión, le dijo, espero sus argumentos”. Los argumentos de los asesores digitales de las putas redes sociales son que nos dejemos de digresiones y respondamos arrojando a nuestros interlocutores el correspondiente vaso de vino a la cara ni hostias. Esto es Tele 5 por las tardes, le dije a mi director, basura contra la basura. Déjate de elucubraciones prejuiciosas de niñata medio progre, Cristina, me dijo el director, que los asesores nos han costado una pasta. Así que como pueden leer ut supra lo he titulado sin adornos, no sé si me explico.

La cosa es que tenemos un chat de primos porque hace unos años hicimos una quedada de cervezas, choto, morcillas, migas de pan,  abrazos y miles de “macuerdodeque”. De aquella jornada quedaron inmortalizadas unas fotos de adolescentes de cincuenta años igualicos que sus padres y una montaña de nostalgias hormonales de una época terrible y mísera (todos pobres, casi todos emigrantes espurreados por Cataluña, Francia, Alemania y la humanidad) que sin embargo la memoria había dulcificado milagrosamente.

El cortijo de nuestros padres, un puñado de casas viejas en ninguna parte donde el frío o el sol o la tierra yerma hacen de inhibidores de los sueños, se nos antojaba una mansión bañada por la blanca luz y el verde viento, la luna llena iluminando una noche de verano camino del manantial entre los almendros. Aquella narrativa de nostalgias brumosas urdidas para amortiguar la dureza de los recuerdos es la que hace que el chat tenga su pegamento. Las fotos de los nuevos bebés, las últimas trompadas de Trump y cosas así.

Hasta que el otro día mi primo Catico (de Torcuato, Cato; de Cato, Catico, cosas del pueblo) se/nos descolgó con un incendiario llamamiento a la huelga general contra el abusivo impuesto de sucesiones andaluz. Coño, dije yo, y me puse a pensar en todas las propiedades de todos los padres y titos y sobrinos y primos y resobrinos y titos abuelos y recasados que nos han sobrevenido en los últimos años y que podríamos heredar mi Catico y yo y nuestros hermanos y nueras y nietos. Y por mucho que contaba, y por mucho que le daba a la calculadora de los euros y por mucho que sea traicionar un secreto de familia la fortuna no pasaría de (un poner) cincuenta mil por cabeza en el mejor de los casos.

Dementeeee (le escribí en el chat, no se apuren, son motes nuestros), ¿qué haces tú y otros tantos/tontos como tú en esta orgía de mentiras de la derecha haciéndoles el trabajo sucio a los ricos? Ojalá, le dije, tuvieras que pagar algo. Sería señal de que tus papas habrían tenido en propiedad algo más que tres vacas, una cuadra y esa casa helada los inviernos y abrasada los veranos. Luego quedrás (sic) carreteras y escuelas y hospitales gratis. Así que le endiñé al chat el enlace del google sobre los 250.000 euros por hijo exentos. Y al ratico me respondió con nobleza: primica, perdona prenda, que no sabía nada. Y se hizo el silencio en el chat que desde entonces dura y dura.

Mi altocargo, que tiene sus retrancas y se descojona de mis ciberlíos familiares, amaga no sin un punto de melancolía: mira tesorillo, mi niña, amore, estas cosas nos pasan por darle en su momento la medalla de oro de Andalucía a la señora Duquesa de Alba. Que la gente se lía. Y a estas alturas de la posverdad ya no sabe si tiene que manifestarse por la expropiación de las fincas de los terratenientes o por la eliminación del impuesto de sucesión de los pobres duquesitos.