Parece un político como los demás, pero no lo es. Qué va. En el sistema político español solo hay un Rafael Hernando y, nos guste más o nos guste menos, es nuestro Rafael Hernando, aunque seguramente no hay país democrático que no tenga el suyo propio.

No es por resaltar las virtudes profesionales de nuestro hombre, pero se equivocan quienes piensan que la mayor parte de los políticos son unos caraduras, unos mentirosos o unos aprovechados. No son más caraduras, mentirosos o aprovechados que el resto de la gente, lo único que sucede es que tienen un oficio más penoso y despiadado de lo común, un trabajo que tiene unas exigencias profesionales muy duras, como las tiene ser boxeador, minero o limpiadora de hotel. La política es un trabajo sucio pero alguien tiene que hacerlo; de hecho, lo peor que puede pasarnos es no conocer ni tener a la vista a quienes lo hacen.

Hernando también es político, pero no como los demás: él pertenece no tanto otra raza como a otra especie. La chulería, el cinismo, la jactancia, el descaro, la mentira, la calumnia, la falta de respeto… no son, sin embargo, defectos propios y específicos de nuestro Rafael Hernando, sino que serían más bien rasgos comunes a esa especie que, aun no siendo autóctona, una taxonomía política comprometida con los valores de la patria podría denominar como ‘los rafaelhernando’ de la vida pública.

Por desgracia, no puede decirse que se trate de una especie en riesgo de extinción pero tampoco, por fortuna, susceptible de generar una sobrepoblación que sería fatal para la supervivencia de la propia especie, pues un territorio parlamentario superpoblado de especímenes de ‘rafaelhernando’ sería ecológicamente inviable.

Aunque agotar su estudio llevaría años, sugiramos al menos una línea posible de investigación: sean nacionales o extranjeros, la particularidad de los ‘rafaelhernando’ no es que mientan o insulten, es el modo frío, exacto, profesional, el modo casi científico con que lo hacen. Un ‘rafaelhernando’ no se limita a mentir con desahogo; su conducta es mucho más sofisticada: consiste en mentir no ya sin importarles que los demás puedan pensar que mienten, sino procurando que los demás piensen y sepan que mienten y, tras lograrlo, alzando la mirada desafiante hacia el tendido y proclamar con José Mota: ‘No digo que me lo mejores, sólo iguálamelo’. Dan ganas de proponer que los declaren especie protegida.