Seguimos con esta moda de la “Posverdad” (“Post-truth”) que, aunque no del todo nueva, se viene empleando cada día con mayor frecuencia, por analistas y pensadores de todo bordo. Llevados, seguramente, por la imperiosa necesidad de nombrar lo insólito o innombrable, lo que escapa a nuestra compresión, que ya está siendo mucho.

Lo que hoy se viene llamando “posverdad” – apunta certeramente Javier Marías - podría llamarse también “contrarrealidad”, y tiene precedente en los tiempos modernos, pero quizá sólo en sociedades totalitarias, sin libertad de expresión ni de prensa, en las que la información es controlada por una sola voz, la del dictador. Los que ya peinamos canas, lo conocimos en una España en la que sólo existía la versión oficial, la franquista. Lo demás, huelgas mineras o de tranvías en Barcelona, partidos políticos, sindicatos al margen del vertical, adulterios, homosexuales, mujeres maltratadas, trabajadores en paro… todo eso no existía, eran imaginaciones producto de mentes calenturientas, desafectas al Régimen.

Pero a lo que hoy se llama “posverdad” es algo distinto, y se da en países con abundancia y variedad de información. Denota circunstancias en las que los hechos objetivos, influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a las creencias personales. Si se ha apuntado la posibilidad de llamar al fenómeno “contrarrealidad” – Marías – es porque en las actitudes que han conducido al “Brexit”, a la victoria de Trump, al resultado del referéndum italiano, hay negación tozuda de la realidad, para lo cual es preciso creerse antes las evidentes mentiras, a sabiendas de que lo son, y no reconocer la dura verdad de nuestro entorno.

Me recuerda esa actitud a la de mis nietos cuando eran más pequeños, que creían que cerrando los ojos, o tapándose  la cabeza con una sábana, ya no les iba a ver. Confundían no ver con ser invisibles. Si no veo a esa persona, mi abuelo, tampoco él me verá a mí, debían pensar. Y el abuelo se prestaba al juego: que sean ahora felices en su creencia, ya les llegará el momento, desgraciadamente, de no serlo tanto.

El problema, me parece, es que hoy hay muchos adultos que no consienten, que ese día desagradable les alcance. Están dispuestos a tragarse las mayores trolas, y si hay que negar, para ello, la realidad y la verdad, se niegan y ya está. Es como si esas personas no supieran – nos pone como ejemplo Marías – que si están a la orilla del mar y dan cuatro pasos más, sus pies se mojarán. Pensarán: Que tontería, ahora están secos ¿por qué se van a mojar?

No hace tanto, ser moderno se asociaba al atrevimiento, a la experimentación e, inevitablemente, contenía una valoración positiva. Pero eso que, originariamente, sirvió para el arte y la moda, está hoy presente en algunos comportamientos políticos, obsesionados por trasladar el valor que tuvieron las vanguardias, a la esfera política, ahora ya como una parodia. Pero la realidad dispone de poderosos anticuerpos. Lejos de debilitarla, los que la ignoran, no quieren verla, la refuerzan en sus más desagradables aspectos. “Lo que no me mata me hace más fuerte”, decía Nietzsche.

El continente, lo gestual, la “contrarrealidad”, hoy puede más que el contenido, que la verdad. La confrontación ideológica tradicional, ahora se ve sustituida por la confrontación meramente gestual, y la agitación emocional. Las políticas – las “policies”, ese poderoso concepto inglés – pasan a un segundo plano. El campo de batalla es hoy el de la definición de la realidad, de la verdad según yo la siento, no como sea realmente. Gana quien consigue que ésta, la realidad, se defina de acuerdo a los intereses de cada parte. Ya nos enteraremos que la política no va, al final, de representaciones, de “posverdad”, sino de decisiones sobre lo que es, tal como es. Para los marxistas, en mi tiempo, la interpretación correcta del mundo, debía servir para transformarlo. Y esto sólo puede hacerse, desde el conocimiento auténtico de la realidad en que nos movemos y hacemos política.

Al final la verdad se impondrá, y la moda de la “posverdad”, como todas las modas, pasará. Pero eso sí, antes habrá producido mucho dolor en el mundo.

Pues eso, fuerza para sufrirlo.