Más allá de las motivaciones políticas, perfectamente respetables, los promotores del llamado “procés” de Catalunya hacia la independencia han generado una mayonesa de conceptos lingüísticos, políticos y jurídicos muy entretenida para quienes todavía conservamos en nuestro cerebro algunos brotes de análisis de comunicación. En cualquier caso, vaya por delante mi reconocimiento a sus habilidades semánticas y de sus dotes de seducción social, a pesar de estar sostenidas por sofismas primitivos.

Es obvio que lo “del derecho a decidir” fue un feliz descubrimiento que lograron calar en gran parte de la población. Bastó con camuflar sus puntos débiles, claro. ¿Alguien puede estar en contra del derecho a decidir? ¿Existe necio capaz de asegurar que está en contra el derecho de decidir; aunque solo sea para resolver si toma la tortilla de patatas con o sin cebolla? No. Es, por tanto, una falacia.

Hay verbos que no tienen sentido sin complemento y decidir es uno de ellos. Si me preguntan “¿quiere usted decidir?”, inmediatamente me interesaré por el qué. Pero como en ese caso se trata, ni más ni menos, de decidir la separación de Catalunya de España y eso puede acarrear tensiones personales que no favorezcan el avance del “procés”, es mejor dejarlo en el aire. Nos piden que decidamos pero no el qué. Torticería lingüística evidente.

Recuerdo un debate en que Josep Borrell  descalificó con cifras y referencias objetivas los argumentos económicos de Oriol Junqueras sobre la independencia de Catalunya, ante lo cual, el vicepresidente de la Generalitat, sin rebatir un solo dato, se despachó con un “Eso no es así, pero, en todo caso, los catalanes tenemos derecho a decidir…”. Lo tenía muy claro: no hay cifra que se cargue un planteamiento emocional sólido”.

También han obviado aplicarse los términos “separatista” o “secesionista”, que contienen connotaciones negativas, y los han substituido por “soberanista”, que destila un significado más heroico y asumible, a pesar de los ramalazos absolutistas. Sin embargo, tildan de “unionistas” a sus adversarios, que en sentido estricto es lo contrario a separatista y secesionista, con el mismo dudoso tufo.

En su conjunto, los promotores del “procés” han tejido una filigrana de astucias argumentales y sofismas (medias mentiras con apariencias de verdad) cuyo análisis particularizado solo está al alcance de estudios universitarios de miles de páginas. Trabajan por tierra, mar i ondas: ninguna televisión pública europea graba mejor su bandera como lo hace TV3 con la “senyera”.

Yo mismo participo en la fabricación de esa telaraña y escribo de ello en lugar de hacerlo sobre la desigualdad social en Cataluña, la caída de los salarios, la pérdida de competitividad, la falta de horizontes para los jóvenes que no han nacido en la Diagonal y sus entornos, la dualidad social, la pérdida de peso de Barcelona en su proyección internacional o el proceso de anemia cultural. Sólo se salva el 6-1.