¿Sabías que, de media, nos vemos expuestos a 3.000 impactos publicitarios, que en determinados casos pueden alcanzar los 20.000? La consecuencia inmediata de tal saturación publicitaria conlleva una sobrecarga informativa inaludible: somos incapaces de recordar todos esos impactos a medio o largo plazo. Por si fuera poco, nos vemos obligados a luchar contra la denominada "contaminación visual", es decir, un entorno saturado de elementos visuales que pueden llegar a abrumar y producir efectos tan poco deseables como el estrés cognitivo y, en última instancia, el rechazo de nuestros clientes potenciales.  

Dado que solamente tenemos una oportunidad para causar una buena primera impresión, conviene que utilicemos todas las herramientas que tenemos a nuestra disposición para lograr la reacción esperada. Entre ellas, destacan los carteles publicitarios, cuyo fin es captar la atención de los viandantes mientras se encuentran en movimiento, incluso desde distancias considerables. ¿Cómo es posible sobresalir entre tantos estímulos visuales y que los transeúntes retengan nuestro mensaje en la memoria? 

En primer lugar, debemos evitar que nuestro cartel se convierta en una amalgama de elementos sin orden ni concierto. La tipografía, las imágenes y el contenido de los textos deben mostrar un cuidado equilibrio con el fin de que la vista se dirija a aquello que queremos destacar y pase de un punto a otro de forma ordenada, logrando así la influencia deseada sobre el lector. Para ello, es posible optar por recursos como la simetría, el centrado y la repetición de elementos.  

El color es fundamental para crear la energía y el estado de ánimo que deseamos transmitir. Así, podremos optar por tonos más o menos llamativos en función del mensaje subyacente; por ejemplo, para la publicidad de un spa se preferirán colores mucho más sutiles que para la de un pub o sala de conciertos. Asimismo, los colores elegidos deben funcionar bien juntos y no es adecuado utilizar demasiada variedad. En esto, como en tantos otros casos, menos es más. 

El siguiente elemento clave es la tipografía: por sí sola, la fuente elegida es capaz de transmitir la elegancia, el carácter lúdico o la seriedad de la entidad o el servicio al que hace referencia. Como mínimo, deben escogerse dos: una para el titular y otra para el cuerpo del texto. Tal como sucede con el color, es crucial que las tipografías armonicen entre sí. 

A continuación, hemos de determinar el punto de atención principal. Podemos optar por una imagen con un detalle llamativo (o un recorte de ésta), o bien por formas, ya sea en solitario o combinadas. Un buen modo es crear formas con la composición de los textos y disponerlas inteligentemente para dirigir la vista del lector de forma ordenada a los distintos mensajes. 

Por último, no te olvides de la ortografía. De nada sirve haber cuidado todos los elementos gráficos y buscar las palabras adecuadas para transmitir nuestro mensaje si el producto final contiene erratas o errores que, en efecto, llaman la atención de los clientes potenciales, pero de forma diametralmente opuesta a como deseamos. Diversos estudios han demostrado que la mala ortografía influye negativamente en la imagen que el cliente potencial se forja de una marca, así que no descuides este punto.