El año político y algo más empieza el 20 de enero, el día que Donald Trump toma posesión de la presidencia de Estados Unidos. Todo lo demás son cuestiones de índole menor. El mundo entero está pendiente de lo que pueda hacer en los próximos cien días un personaje tan estrafalario como decidido, pero sobre todo inimaginable en la presidencia del país más decisivo de la Tierra.

El destino ha querido que el gran ensayo general de los populismos más silvestres aparecidos en Occidente como consecuencia de la crisis de 2008, se haga realidad en la primera potencia política, económica, militar y cultural del mundo. Todo está por comenzar. Hasta ahora sólo hemos asistido a conjeturas y alertas, pero poco más. El ricachón de los casinos en esta larga transición, que va del 9 de noviembre al 20 de enero, viene mejorando a Lenin: por cada paso que da hacia atrás avanza dos hacia adelante. A pesar del horror que ha causado su elección en el mundo democrático y lo impracticable de muchas de sus políticas anunciadas, todavía no ha renunciado a ninguna de sus locuras. Llegará a la Casa Blanca con las mismas promesas y las mismas maldiciones que vociferara en sus mítines del pasado otoño. Este toro está sin picar.

El ghota de Nueva York y Washington y la sorprendida aristocracia de las tecnológicas de la Costa Oeste no han dejado de hacer tronar las alarmas desde la noche del 9 de noviembre; de la misma manera que el mundo de los negocios no sabe cómo calmarse y, sobre todo, cómo serenar a los mercados. Pero de nada ha servido derramar tanto miedo. Trump mira al frente, como sus fervorosos votantes blancos de las amplias zonas industriales de Norteamérica devastadas por la crisis, sin permitir que por los rabillos de sus ojos se le cuelen otras imágenes que las que lleva grabadas en su cabeza.

La razón nos traslada que es imposible que un presidente norteamericano cambie el whisky por el vodka y que maltrate de palabra a los chinos que le mantienen su fenomenal deuda pública; espanta a cualquier estudiante de segundo de económicas que pretenda hacer trizas las reglas del libre comercio mundial siendo su país eminentemente exportador, y que pretenda llevar a Centro y Suramérica al colapso económico. Pero nadie nos puede asegurar en este momento que no vaya a intentar con toda determinación y ahínco cumplir con estas barbaridades.

Teniendo esta noticia sobran los demás titulares. Sobre todo, si observamos por un momento el traqueteo de nuestra España sin alma. Tenemos por fin gobierno, ¡Aleluya! Pero el único cambio habido es que a los ministros se le ha caído la coletilla de “en funciones”. Rajoy sólo saca adelante aquello que el resto de las fuerzas políticas ceden por debilidad, porque él no se esfuerza lo más mínimo. Le fue de perlas durante un año en funciones: ¿por qué había de irle mal otro más si hace lo mismo?

El Gobierno, más allá de la lucha de Santamaría y Cospedal para intentar salir más y mejor en la foto, y los fuegos artificiales marca “diálogo, diálogo”, va al tran tran. Estamos en enero, sin Presupuestos del Estado para este año, y Montoro ni siquiera ha tenido necesidad de elevar un decreto ley de prórroga de los anteriores. ¿Qué más da, parece decir, si nadie le va a pedir cuentas? ¿Están en ello los socialistas? ¿Podemos sabe qué significan los Presupuestos? ¿Y Rivera? ¿Dónde está Rivera?

Definitivamente, sigamos a Trump y sus tropelías que pronto vendrán las elecciones francesas y alemanas después; y por favor, que no lleguen noticias de China durante mucho tiempo.