Dicen que a veces es mejor cerrar la boca y parecer idiota que abrir la boca y demostrar que lo eres. De lo que no se ha hablado mucho es de la opción de tomar la palabra para declarar a los cuatro vientos que eres imbécil total. Una alternativa por la que ha optado a sabiendas la mujer de Luis Bárcenas, Rosalía Iglesias, quien inició el lunes una de las semanas grandes del juicio Gürtel¸ con un cartel magnífico en el que han participado Jesús Sepúlveda o Alberto López Viejo.

La esposa de Bárcenas se presentó como una señora de bien y de su casa, de esas que tienen chacha interna para hacerte las comidas, fregarte, plancharte, pasearte a los críos… para que tú puedas presumir de que te dedicas a tus labores.

Aunque Rosalía advirtió al tribunal de que “no soy tonta”, realizó un esfuerzo denodado para presentarse como una ignorante de manual. “Mi marido nunca ha hablado conmigo de temas de trabajo”, llegó a decir como defensa para explicar que no se enteraba de nada, aunque estuviera en todos los fregados, y no los de su hogar precisamente, aunque presuma de “llevar mi casa”.

Por no saber, no sabía que la “sala de espera” abigarrada en la que se encontró alguna vez que otra era la de un banco suizo. Debe pensar que eso son cosas de hombres, asuntos en los que es mejor no meterse. Conviene callarse y matar el rato ojeando el Hola! suizo hasta que tu marido termine sus asuntillos masculinos. Y si resulta que hay una cuenta opaca llamada Rosalía, será porque Bárcenas quiso tener un detalle con ella, como cuando a tu barco le pones de nombre Pepi en honor a tu señora. Esos son los detalles que se merecen las esposas, sobre todo las que callan y no se meten en camisas de once varas.

La derecha no se ha caracterizado nunca por su apuesta por el feminismo, pero si hace falta defender a los de su cuerda, son capaces de cargarse de un plumazo años de lucha social. Ahí está Esperanza Aguirre, explicando en defensa de Rosalía que ella tiene “varias amigas” abogadas que le reconocen que "cuando su marido les dice una cosa ellas no preguntan, les dice el marido que firmen y firman". Y punto.

Hombre, por favor. Si una infanta española puede hacerse la sueca, y unas cuantas letradas pueden presumir de ser iletradas, cómo no va a hacer lo mismo una señora cuyo único bagaje reconocido es el de haber sido secretaria de Vestrynge y dedicarse a “llevar su casa”. Y que den gracias por poderse sacar el carnet de conducir sin pedir permiso.