El fantasma de la sequía da un paso atrás y se retira a sus aposentos. De momento, claro. De nuevo nos ha salvado la campana. De nuevo la lluvia llega en el tiempo de descuento. Ha llovido, incluso ha nevado, en buena parte del territorio. Siguiendo con el lento descenso marcado durante todo el otoño y el inicio del invierno, la pasada semana nuestras reservas de agua embalsada se situaron por primera vez por debajo de la mitad de su capacidad total. Esta semana hemos logrado detener la inercia y empezamos a remontar.

Estamos al 50,69%, lo que supone un aumento del 0,08% respecto a la semana anterior. Si tenemos en cuenta que el año pasado por estas mismas fechas teníamos los embalses al 63% y que la media de la última década durante esta semana del año es del 62% no es mucho, pero hemos logrado un importante cambio de tendencia. Y lo hemos logrado porque ha llovido. Y lo que es mejor, se ha acumulado mucha nieve en nuestros sistemas montañosos, es decir en las cabeceras de los ríos, lo que es aún más esperanzador.

Pero la recuperación de la situación hacia un escenario más favorable no debe llevarnos a ignorar el riesgo que hemos vuelto a correr. Riesgo de restricciones al uso del agua, es decir a recortes a la base de nuestra sociedad del bienestar, porque a nadie se le antoja mayor pérdida de bienestar que la de abrir el grifo y que no salga agua. Agua para beber, para cocinar, para asearnos, para la limpieza del hogar y el mantenimiento de nuestras plantas. El agua como derecho humano.    

Las situaciones de alerta por sequía, cuando se repiten cada vez con más cadencia y de manera más desafiante, deben servirnos para entender que el acceso al agua potable es uno de los mayores desafíos al que vamos a tener que hacer frente en los próximos años. Nuestra capacidad de resilencia al cambio climático va a depender en buena parte de la gestión que hagamos de nuestras reservas de agua. Una gestión que para ser eficaz va a tener que basarse en el uso responsable, el ahorro y la reutilización.

En los próximos años los ciudadanos vamos a tener que ejercer un mayor protagonismo en esa capacidad de adaptación al cambio climático. Si atendemos a lo que nos dicen los informes de los científicos que estudian su evolución, los períodos de sequía van a ser cada vez más recurrentes y severos. Esta vez ha llovido, pero haríamos bien en tomar de nuevo buena nota del aviso y asumir entre todos ese control activo del uso de la gestión del agua.

Porque el riesgo no está tanto en la falta del recurso, que también, como en la mala gestión que hacemos del mismo. Y eso es así a todos los niveles: agrícola, industrial, urbano y doméstico. Por eso hay que perseverar en la innovación, la transferencia de tecnologías y conocimiento, el trabajo en red y la puesta en valor de la experiencia. Pero junto a todo ello hay que hacer un especial esfuerzo para educar a la sociedad en su conjunto en el respeto al agua y la cultura del ahorro.

Hay que eliminar de nuestros hábitos de conducta ciudadana las malas costumbres que nos han ido abocando al derroche y empujándonos hacia la escasez. Se trata de repensar nuestra relación con el agua antes de derrocharla, de insistir hasta que resulte tedioso en lo que todos ya sabemos: la necesidad de lavarse los dientes y enjabonarse las manos con el grifo cerrado, en reparar los grifos que gotean. En dejar de usar el váter como papelera, en recuperar el agua de la ducha antes de que salga a la temperatura deseada, en adaptar la elección de las plantas del hogar al riego del que disponemos, y no al contrario.

Y si, es cierto, son unos pocos litros al cabo del día, pero sumados a los pocos de otros muchos pueden convertirse en mucha, muchísima agua para que siga corriendo.