En enero de 2013 Emilia Soria, una madre de dos hijas de veintiocho años de edad, fue condenada por una impúdica sentencia judicial a un año y nueve meses de cárcel por haber gastado 193 euros de una tarjeta bancaria que había encontrado perdida. Compró comida y pañales para sus dos pequeñas, porque su situación económica era precaria.

En febrero de 2012 el juez que destapó el caso Gürtel, una trama corrupta que se dedicaba a saquear los fondos públicos, fue expulsado de la carrera judicial por ser condenado a once años de inhabilitación.

En marzo de 2016, Rita Maestre, actual concejal del Ayuntamiento de Madrid, fue condenada por cometer un delito “contra los sentimientos religiosos” (por aparecer sin sujetador, y ya sabemos el odio de los católicos al cuerpo humano, especialmente al femenino) durante una protesta; una protesta de seis años antes, del once de marzo de 2011, en la capilla católica de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Hace muy pocos días una pareja de ancianos, de 92 y 76 años, fueron denunciados y citados a un juicio inmediato por haber robado, supuestamente, una lata de anchoas de un euro. La acusación particular pide para ellos cuatro días de arresto domiciliario.

A su vez, el pasado viernes conocimos la sentencia del caso Nóos; ese caso que implica en asuntos muy escabrosos a Urdangarín y a la infanta Cristina, quienes, a través de una entidad “sin ánimo de lucro” (¡jopé si lo hubiera habido!) movieron, según un informe de Hacienda, 16,06 millones de euros de dinero público. La infanta, quien ejercía de copropietaria del entramado “empresarial” (mejor no utilizar el adjetivo más oportuno), ha sido absuelta. A Urdangarín se le condena a seis años y tres meses de prisión por seis delitos frente a los diecinueve años y seis meses que pedía la fiscalía. Su entrada en prisión aún está por ver.

Queda en evidencia una seria anomalía democrática en el resultado de un proceso que hubiera sido muy distinto si en lugar de la hermana del rey se hubiera tratado de una persona anónima. Queda en evidencia que los aparatos del Estado, y supongo que la Casa del Rey, han movido resortes que han conseguido la exoneración de la infanta pese a que quedó demostrada su cooperación al menos en el delito fiscal.  Ni la Fiscalía general, ni la Abogacía del Estado, ni la Agencia Tributaria pidieron condena para la esposa que firma documentos sin saber lo que firma, y que no sabe nada de nada. Queda en evidencia que los resortes democráticos en este país no son los mismos para todos.

“Por ser vos quien sos”, por supuesto. Lo cual produce en los españoles tristeza. Es triste percibir que se puede enjuiciar a dos ancianos, seguramente empujados por la penosa estrechez en la que han quedado las pensiones españolas, por apropiarse de una lata de anchoas; mientras que, a la vez, unos “ladrones de mucho guante blanco” se apropian de muchísimo dinero público de un país asolado y expoliado y aquí miel sobre hojuelas.... Es triste, pero sobre todo es enormemente inmoral y profundamente vergonzoso.

Y es triste darse cuenta de que, en España, como dijo Eduardo Galeano, la justicia es como las serpientes, sólo muerde a los descalzos. Es vergonzoso y vergonzante que, con tanto descaro, se nos hagan evidentes las ideas que proclaman la “superioridad” de los unos frente al resto, ideas que constituyen el armazón ideológico de la institución monárquica. Es desesperanzador comprobar que en el siglo XXI tengamos que convivir, a la vez que, con los más avanzados inventos de la ingeniería cibernética, con instituciones absurdas, medievales y obsoletas, que son propias de sociedades ignorantes y sumisas; instituciones radicalmente opuestas a los principios de igualdad, fraternidad y solidaridad que subyacen en cualquier sociedad realmente democrática.

Monarquía, S.A., dicen algunos, quizás no muy desencaminados si se tienen en cuenta algunos datos sobre la fortuna de la familia real española que no les dejan en muy buen lugar. A estas alturas hay que ser muy obtuso y cerril en este país para ser monárquico. O tener muy pocos escrúpulos y escasez de materia gris. O ser muy reaccionario. Porque nos queda muy claro que la monarquía sigue siendo una fuente importante de abuso y de desigualdad. Y no cabe duda de que, como decía Clara Campoamor, “República siempre, la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos”. Salud.