Se acabó lo que se daba. El secesionismo catalán se ha saltado ya la norma básica de cualquier sistema parlamentario democrático. Como dejó escrito Juan José López Burniol, un demócrata y soberanista culto, inteligente y lúcido, en un artículo reciente, “todo tiene un límite”. Este límite ha sido traspasado de forma insultante y grosera por parte de los miembros secesionistas de la Mesa del Parlamento de Cataluña. 

En una enésima demostración del absolutismo secesionista, han impuesto sin más su mayoría absoluta en la Mesa y de este modo han rechazado los recursos presentados por C’s, PSC y PP, y con ello han aceptado que, como exigían JxSí y CUP, las leyes llamadas de transitoriedad jurídica y de desconexión –esto es, de proclamación urgente de la independencia- sean tramitadas mediante el sistema de lectura única, y por consiguiente apenas sin que exista tiempo para que los diputados puedan no ya estudiar e intentar enmendar los textos que deberán votar, sino simplemente para poder leerlos.

Todo tiene un límite, en efecto. No obstante, a partir de ahora quizá deberíamos decir que casi todo tiene un límite. Porque a la vista está que este burdo e inútil intento de fraude de ley de los parlamentarios secesionistas constituye una afrenta muy grave a la democracia, una ruptura frontal con la legalidad y la legitimidad democráticas.

Así lo advirtió por unanimidad el Consejo de Garantías Estatutarias de la misma Generalitat –algo así como el Tribunal Constitucional catalán-, como lo hicieron también todos los letrados del propio Parlamento de Cataluña. No obstante, nadie les hizo caso entre los diputados secesionistas, todos aparentemente empecinados tan solo en proseguir con un proceso que incluso muchos de ellos saben y en privado reconocen que está condenado de antemano al fracaso.

Como no hay ni habrá ya vuelta atrás por parte de los secesionistas, es evidente que desde ahora el diálogo es imposible, como lo es también la negociación, la transacción y, por consiguiente, desaparece cualquier posibilidad de pacto o acuerdo que pudiera poner fin al conflicto sin estropicios innecesarios. Por desgracia, ha acabado por imponerse el peor de los escenarios previsibles.

Quienes hemos defendido con tenacidad, y muy a menudo ante la incomprensión e incluso las críticas y los ataques de unos y otros, que solo desde la tercera vía del diálogo, la negociación y el acuerdo se podía poner fin al grave conflicto institucional y político existente entre el secesionismo catalán y el Estado español –que conviene recordar que no es lo mismo que entre Cataluña y el conjunto de España-, nos vemos obligados a reconocer que hemos fracasado en nuestro intento.

Ahora todo queda abierto únicamente al enfrentamiento, a la colisión, al tantas veces anunciado choque de trenes. Pero resulta que el tren del secesionismo se ha convertido al fin en una lamentable parodia de aquel ferrocarril del Oeste de los hermanos Marx, en el que Groucho, al grito de “¡Traed madera! ¡Más madera, más madera!”, hacía que entre todos desguazasen el convoy para alimentar a la caldera del tren, que así quedaba al fin completamente destrozado.

Mientras siguen y seguirán su curso el caso Palau, los casos Pujol, el “caso 3% y tantos y tantos otros casos de corrupción que afectan a la antigua CDC, todos ellos a la espera de sus definitivas sentencias, tal vez finalmente no se produzca el tan temido como anunciado choque de trenes. No por falta de ganas sino porque, simplemente, el tren secesionista se ha autodestruido.