Desde que al primer señor con barretina se le ocurrió soñar con la idea de que Cataluña no es España y otro señor de la Meseta le contestó con la pregunta de qué pone en su DNI, no han faltado quienes han teorizado sobre cómo los extremos se juntan. Porque no faltan quienes defiendan que, en la teoría, no hay muchas diferencias entre los abrazabanderas y que ambas posturas son dos versiones de la misma moneda nacionalista.

Esta posición ha encontrado estos días un nuevo clavo al que agarrarse, al coincidir en el espacio-tiempo una avalancha de titulares sobre la querencia del nacionalismo, sea español o catalán, por rapiñar las arcas públicas de los estados que dicen defender a capa y espada. El caso Palau pugna en protagonismo con la enésima sospecha de financiación ilegal del Partido Popular, esta vez en versión Púnicomadrileña.

Y, sin embargo, existen algunas diferencias que vienen a sostener esa tesis de que del Duero para abajo somos un poco más “catetos”, que tanta polémica ha suscitado desde que se le diese pábulo en la televisión pública vasca.

La primera de ellas es que puede ser que en Cataluña un grupo de dirigentes estuviera robando a manos llenas. Pero, al menos, mordida del 3% mediante, la sociedad sacaba un pequeño beneficio. Las empresas contratistas se dedicarían a hacer donaciones millonarias al Palau de la Música, que luego servían para financiar a la antigua Convergencia, ahora llamada Partido de Cataluña y mañana, quizás, Que España no te robe si lo podemos hacer los de Casa.  En ese trasiego de dinero, por lo menos caía algún concierto o se dedicaba una partida para fomentar los espectáculos de sardanas. Toda cultura siempre es poca.

En cambio, la versión Púnica era más de robar, presuntamente, sin atender a las inquietudes intelectuales de sus víctimas. Por pillar cacho, se pillaba, se supone, hasta de los parquímetros de Valdemoro, con lo que el ataque al bolsillo del ciudadano era doble. La única concesión a la melomanía, al parecer, era la rapiña en fiestas populares de los municipios. En este plan destaca el frustrado intento de contratar a David Bisbal, de quien no queremos dudar de su calidad musical, pero está claro que el Ave María hace menos patria que una buena sardana.

Otra de las diferencias la vivimos este miércoles, con la confesión del ex director administrativo del Palau, Jordi Montull, al reconocer que las mordidas pasaron del 3% al 4%. "¿Subieron por el incremento en el coste de la vida?", le preguntó el fiscal. A lo que Montull no pudo contener la risa, para después reconocer que era “porque Convergència quería más dinero”.

Este cachondeíto, que siempre da alegría a un tedioso juicio, contrasta con la de los acusados en el juicio Gürtel, también vinculado a la financiación del PP. Dos de ellos, un exconcejal en Pozuelo de Alarcón y un exviceconsejero de Esperanza Aguirre, no pudieron evitar romper a llorar en sus declaraciones. Unos pucheros que contrastan con la alegría de vivir de los sospechosos catalanes.

Porque no todos los nacionalismos ni los corruptos son iguales, por mucho que se parezcan.