Muchos de los autores que, tras años de haber publicado en editoriales pequeñas e independientes, pasan a formar parte de los grandes grupos empresariales, acaban adaptándose a lo que requieren las agentes y amoldan sus esfuerzos a lo que pide el público. No es el caso de Daniel Ruiz García, cuyas obras hemos ido leyendo a lo largo de su trayectoria. En cuanto uno se adentra en su premiada nueva novela, La gran ola (Tusquets Editores), constata en seguida que el autor sevillano no ha perdido mordiente ni ha renunciado a disparar todos esos dardos de humor negro y de sátira que ya habíamos disfrutado en otros libros, un humor socarrón que desmonta los defectos del sistema. Lo que ha cambiado son los territorios por donde antes se movía (los barrios bajos de Perrera, la odisea de la inmigración de Moro o los tesoros de la memoria de Tan lejos de Krypton) para trasladarnos a la estructura del entorno empresarial de este siglo (poblada de hombres al filo del abismo, trabajadores que pueden caer de la noche a la mañana: Hemos tocado fondo, pero quizá ha llegado el momento de empezar a subir, dice un personaje).

La gran ola, expresión que utilizan los surfistas para referirse a esa cresta del mar en la que podrían surfear durante horas y que en la novela se aplica al éxito en los negocios y en el empleo, aborda la vida y los sueños y las miserias de varios personajes relacionados con la empresa Monsalves, sometida ahora a la filosofía positivista y emprendedora de Lorenzo Estabile, el coach que inculca a los empleados esa nueva corriente de pensamiento según la cual hay que convertir el trabajo en nuestro modo de vida: La puta positividad, con sus bonitos amaneceres de powerpoint y sus frases new age y su filosofía de vídeo de dos minutos bajado de Youtube. Aquello era un trabajo, sólo un trabajo, pero todo el empeño de Estabile era mezclar trabajo y vida, sustituir vida por trabajo, convertir la vida en trabajo, y encima hacer de aquello algo feliz. Daniel Ruiz García nos presenta a estos individuos en el momento en que un trepa caído en desgracia y ansioso por encontrar "la gran ola" es enviado por el propietario de la firma a encontrarle el punto débil a Estabile, pues, perro viejo de las finanzas, el dueño no se fía de este sacacuartos que su hijo, miembro de la tercera generación de la empresa familiar, ha metido en Monsalves para formar a los nuevos comerciales.

Si uno lee los titulares de las reseñas y de las entrevistas sobre el libro, pensará que esta novela es únicamente una crítica mordaz hacia el coach training y demás cebos que han impuesto en las empresas mediante la jerga anglosajona. Pero sería una lástima que el lector se quedara sólo en eso: aunque, en efecto, el tema del instructor o formador es el eje sobre el que gira la historia y se vertebra la trama, Daniel Ruiz García va tocando otros temas que nos explotan en la cara merced a su mordacidad: la crisis de pareja, el acoso escolar, el cáncer, la explotación laboral, el engaño de los manuales de autoayuda para emprendedores, la competitividad y, sobre todo, el retrato de los trabajadores a los que se quiere inculcar maneras propias de depredador, como se afirma en la página 56: El verdadero comercial no necesita más motivación que el olor de la carne cruda, el verdadero comercial no razona sino que depreda.

Ésta es una de las escasas novelas, como dijeron días atrás en la presentación de La Central de Callao, que aborda el tema de las empresas y cómo se han convertido en junglas en las que muchos empleados compiten entre ellos aunque las nuevas consignas propugnen valores positivos y armónicos, en las que (igual que en la película The Neon Demon) hay que devorar al competidor de alguna manera para apartarlo del camino. Daniel Ruiz García nos enseña cómo son estas compañías americanizadas en las que sus trabajadores de clase media están aprendiendo a sobrevivir en un entorno propio de perros. Porque, como decía Alec Baldwin a los vendedores de Glengarry Glen Ross, el filme de James Foley, el tercer premio es el despido.