Aunque el escritor Carl Frode Tiller contaba con otros dos libros previos, no ha sido hasta Cerco, el primer volumen de una trilogía sobre la memoria, que hemos podido leerlo en España, pese a que acumula ya unos cuantos premios. Ha tenido que ser Sajalín Editores (cuyos responsables nos están descubriendo a numerosos autores de calidad que por aquí no se conocían) quien se ocupara de editarlo y traducirlo, esto último gracias a la labor de Cristina Gómez-Baggethum.

Tal vez lo más interesante de la propuesta de Frode Tiller sea su método para hablarnos de la identidad. Ya sabemos que no es lo mismo cómo nos vemos que cómo nos ven los demás. En Cerco hay un hombre, David, que ha perdido la memoria y en el periódico local piden a todo el que lo conozca o lo haya conocido que contacte con él para ayudarlo a descubrir quién es. Y la novela despliega las cartas y las memorias de tres de las personas más próximas a él: su amigo Jon (con quien mantuvo, además, relaciones sexuales a tres bandas), su padrastro Arvid (un hombre enfermo de cáncer que recupera la ilusión al recuperar en cierto modo un vínculo con David) y su ex novia Silje (que fue el tercer ángulo de la relación con Jon y David). Cada uno de esos personajes intercalará sus monólogos con las misivas que le escribe al hombre amnésico. Esto nos da una dimensión muy diferente del personaje: su retrato completo podría ser una mezcla de las tres perspectivas. Como en Rashomon, cada uno cuenta la película como la ha vivido. David no es la misma persona en boca de Jon que en palabras de Arvid. Su padrastro, por ejemplo, refleja un lado oscuro y enfermizo que su amigo no nos había descubierto. Cerco nos hace recordar a otras novelas más o menos similares, como Rant, de Chuck Palahniuk, donde se hablaba de un asesino desde múltiples puntos de vista. Quienes intentan dibujarnos a David, además, van hablando de sí mismos, de su presente (que enlaza con el pasado de la correspondencia con David), de todos los padecimientos que van soportando en el devenir diario.

El autor noruego nos invita a replantearnos el siempre resbaladizo asunto de la identidad. ¿Quién es realmente David? ¿Quiénes somos cada uno de nosotros? Porque es indudable que, por mucho que nos esforcemos, siempre nos verán de un modo distinto a como nos vemos nosotros. En la novela hay dolor, porque sin conflicto no hay historia (la cita no es mía): el dolor de un padrastro enfermo; el dolor de una mujer que está perdiendo los nervios frente a su pareja; el dolor de un músico que acaba de romper con su grupo y detesta a su hermano. Puede que la memoria sea nuestro mayor tesoro. Como dice uno de los personajes: Es una banalidad, pero es cierto: cuando ya no hay nadie que pueda documentar nuestra vida, cuando ya no hay nadie capaz de contar anécdotas sobre nuestra cabezonería o sobre nuestro mal humor mañanero, cuando ya no hay nadie que nos ría las gracias o se enfade con nuestro mal humor, cuando ya no hay nadie que nos recuerde quién somos y nos anime a ser quien podemos ser, nos derrumbamos y desaparecemos.