Hace unos meses hablábamos de Apuntes sobre el suicidio, también editado por Alpha Decay, del filósofo y escritor Simon Critchley, de quien ahora traemos El teatro de la memoria. Ambos libros podrían ser presentados en un mismo volumen, porque a pesar de las diferencias entre ellos tanto en su estilo como en su metodología, hay algo que los acerca y crea una compatibilidad muy estimulante.

 Critchley representa a ese tipo de escritor para quien la cuestión de géneros, o, más concretamente, la separación entre ficción y no ficción, apenas existe. Hay en su escritura un sentido exploratorio que conlleva riesgo formal y estilístico. En El teatro de la memoria, obra borgiana en su esencia y superficie, nos presenta a un profesor de universidad –alter ego de Critchley, aunque eso importa bastante poco-, que recibe once cajas, cada una marcada con un signo del zodiaco, cuyo contenido irá revelando y, a partir de él, trazando un viaje hacia un claro trastorno obsesivo compulsivo. Cada documento va dibujando una representación de la realidad, y, con ella, va (re)interpretando su vida para poco a poco irla agotando. De alguna manera, el protagonista de El teatro de la memoria, acaba cuestionándose del mismo modo que lo hacía el de Apuntes sobre el suicidio, conduciéndole a un fin que no es sino un principio.

De manera intermitente, Critchley introduce entre las páginas de su libro fotografías de la construcción de un rascacielos en sentido inverso: en las primeras lo muestran entero, en las últimas, las primeras fases de su levantamiento. Imágenes que dan sentido a un texto literario que avanza desde la acumulación de datos –la caja- a su conocimiento total, lo cual conlleva, a su vez, el peso que sufre el protagonista, quien cree que va a morir y se prepara para ello construyendo ese teatro de la memoria. Todo lo que contiene el pasado puede producir ansia: la de sumergirse en él, pero también el peso de su imposibilidad. Critchley deconstruye el proceso de conocimiento para llevar a su protagonista a un delirio que, al final, no podría ser más cuerdo. Y lo hace mediante un relato ágil, inteligente, reflexivo, no exento de sentido del humor, que en su brevedad consigue que cada frase, cada párrafo, tengo un significado. Como en ese teatro de la memoria, en el libro de Critchley, nada es superfluo.

Como Apuntes sobre el suicidio, en El teatro de la memoria nos encontramos con un escritor que reflexiona sobre la vida, sobre el arte y su alcance, sobre la literatura y su poder representacional, y lo hace mediante un estilo que busca tanto una forma que aúne lo ensayístico con lo novelístico rompiendo la división sin necesidad de hacer patente la ruptura. Un libro enormemente contemporáneo en su propuesta y que explora, como algunos autores llevan años haciéndolo, algunos caminos por los que puede transitar la literatura del futuro.