Lo primero que uno percibe cuando empieza a leer esta extraña, hipnótica novela, es la naturalidad de su autor, Steve Erickson, para relacionar el cine con la vida y transformarlos en literatura (como ya demostrara en la celebrada, y para mí superior, Zeroville). Lo segundo, una vez se ha avanzado unas cuantas páginas, es que seguramente el libro influyera en Paul Auster, pues algunos hilos de la trama, algunos modos de disponer esas relaciones entre las películas perdidas del cine mudo y la vida contemporánea, los hemos leído en El libro de las ilusiones (que es, todavía, una de las mejores obras del escritor de La trilogía de Nueva York); mientras la novela de Erickson data de 1985, la de Auster fue publicada en 2002, y el segundo no se ha ahorrado elogios hacia su colega de oficio. Yendo un poco más allá, también podríamos señalar su influencia en la bibliografía de David Mitchell, con todos los cambios de escenario y de tiempo que maneja éste, y pienso por ejemplo en Escritos fantasma (1999) y en El atlas de las nubes (2004).

Días entre estaciones (Pálido Fuego; traducción de José Luis Amores), primera novela de Steve Erickson, es una historia sobre pérdidas y búsquedas. Hay un personaje que ha perdido la memoria y trata de salir de su extravío, de encontrar respuestas y flecos de su pasado. Hay una mujer que ha perdido a su hijo, y cuyo marido siempre abandona el hogar por largas temporadas, corriendo el riesgo de que la relación se rompa porque ella lo pierda a él. Los caminos de ese hombre y de esa mujer se cruzan a finales del siglo XX. Pero también hay una película del cine mudo que está incompleta, una especie de obra maestra inacabada que otro personaje se obsesionará en terminar, buscando las piezas (el metraje) que faltan como si fuera un detective del celuloide. Y está, por supuesto, el regreso al tiempo en el que el director de ese filme creció, fue a luchar a la guerra y se dedicó a rodar películas, etapa que transcurre a finales del siglo XIX y en los primeros años del cine mudo. Erickson va alternando los tiempos, saltando de atrás hacia adelante y viceversa, para ofrecernos un tapiz en el que el lector, por momentos, también se pierde, igual que el tipo que sufre amnesia o igual que el cineasta (Desde que había visto la película, Adolphe se debatía con un recuerdo que era incapaz de ubicar; se sentía atrapado en una urdimbre de memoria: página 180). También son frecuentes los cambios de escenario, donde el escritor sitúa a sus personajes en medio de atmósferas apocalípticas: una Venecia que se va quedando sin agua, el paisaje de Los Ángeles sufriendo brutales tormentas de arena, el invierno interminable en París… Son ejemplares, dentro de este laberinto narrativo, las incursiones de Erickson en los territorios del cine: resulta fantástico comprobar cómo describe películas que no existen, aunque estén basadas ligeramente en filmes que sí existieron, y cómo conecta el embrujo de esas imágenes con la fascinación que acabamos sintiendo por los mitos y por las actrices, algo que Auster aprendió bien en El libro de las ilusiones.

Sólo le pondría un reparo a esta novela: que, en algunas páginas, uno se pierde y acaba confundiendo a los personajes o liándose con las identidades. Aunque creo que es deliberado, que Erickson lo hizo así a propósito para que el lector acabe enredándose también en esa "urdimbre de memoria" que citábamos antes, esos recuerdos que uno no sabe exactamente dónde ubicar, quizá para que se sienta un personaje más, perdido y buceando entre jirones de palabras e imágenes. Y lo hizo a propósito porque algunos de esos personajes desdoblan su identidad o comparten nombres parecidos. Es cierto que se echa de menos, no obstante, la claridad expositiva de Zeroville, que era más comercial pero también poseía un ritmo más adecuado a sus intereses cinematográficos. Lo importante de sus historias ramificadas es que nos contagian el poder que pueden tener las imágenes en nuestras vidas, la manera en que las ficciones nos pueden afectar (en este caso son ficciones cinematográficas, en el caso de los Animales nocturnos de Tom Ford son ficciones literarias), lo valiosas que son algunas de esas imágenes en nuestras vidas y cómo nos perturban, del mismo modo que en Cigarette Burns (El fin del mundo en 35mm), el extraordinario episodio de John Carpenter para la serie Masters of Horror en el que una película de la que sólo existe una copia acaba afectando a quienes la ven. Esto es lo que hace el autor: demostrarnos la importancia de las obras incómodas, transgresoras o incomprendidas.