Una vez más los hermanos Jean–Pierre y Luc Dardenne ponen de manifiesto su particular mirada hacia las realidades sociales en La chica desconocida, cuya historia posee esta vez aromas del cine policiaco, o más concretamente próximos a la tradición de whodunit, aunque por otra parte dejarán en un segundo plano la resolución del caso para enfocar su interés por saber quien es en realidad la víctima a través de la joven médico de familia, Jenny Davin, encarnada con gran naturalidad por Adèle Haenel quien, una noche, tras una extenuante jornada de trabajo, decide, porque ha finalizado su horario de visitas, no responder a una joven africana que ha llamado al timbre de su pequeña consulta. Y lo que en un principio podría ser un hecho corriente como tantos más que pasan casi desapercibidos, adquirirá al día siguiente una nueva dimensión cuando se presenta la policía para interrogarla porque esa joven ha quien no abrió la puerta ha aparecido muerta y los indicios apuntan a que ha sido asesinada.

Quizá haya a quien la película de los Dardenne le pueda traer alguna reminiscencia de Manchester frente al mar (Manchester by the sea, Kenneth Lonergan, 2016) en el sentido de que su trama gira también en torno a la culpa aunque ambas, como es evidente, transiten por directrices conceptuales bien diferentes con la única conexión de ser dos retratos sobre unos seres que se sienten los causantes de una tragedia y que de no ser por ese desliz que cometieron de manera inconsciente aquella no se hubiese producido. Tragedia que en el caso de la doctora Davin fue algo en apariencia tan insignificante como tomar la decisión de no abrir la puerta de su consulta porque, simplemente, el horario de atención al público había terminado.

Los cineastas belgas, fieles a su estilo, vuelven a articular un film realista y directo en el que muestran el conflicto en toda su dimensión, con la cámara en mano casi todo el tiempo, muy cerca de los personajes, captando sus gestos, sus miradas, aunque no pierdan de vista a su protagonista, presente en todos los planos del film, a quien siguen atentamente durante sus indagaciones para averiguar la identidad de la joven asesinada porque a ella en realidad la impulsa más su hondo sentimiento de culpa al no haber atendido aquella llamada de auxilio que el interés mismo por saber quien ha sido el autor del homicidio, aunque al final del film acabe sabiendo quién es, alguien incluso con quien ha tenido un cierto trato. De hecho, la joven doctora mantiene con firmeza el compromiso de confidencialidad entre paciente y médico mientras realiza sus pesquisas durante su consultas domiciliarias en la creencia de que alguno de sus pacientes pueda conocer a la difunta o al menos, como poco, ofrecerle algún dato que la ayude a identificarla y asi poder contactar con la familia para darle una sepultura digna.

Aunque no alcance la altura de otros títulos anteriores, La chica desconocida es un sólido film que, aunque su trama transcurra en la ciudad belga de Seraing, viene a ser una nueva mirada sobre la sociedad europea actual, a pesar de que dicho fresco se quede en ocasiones más bien en un conjunto de apuntes en cuanto a que ciertos personajes no pasan de lo meramente presencial, o que cuestiones como la inmigración queden en cierta manera algo desdibujadas en su afán por seguir la evolución de la joven doctora.

Sin embargo, La chica desconocida es una película en la que, más allá de poner de manifiesto una vez más el siempre inconfundible sello de sus autores, viene impregnada con la voluntad de despertar la conciencia a una sociedad como la nuestra que, en su ensimismamiento, sigue mirando hacia otro lado. Porque al final, y por muy leve que sea la responsabilidad de cada uno de nosotros, ninguno estamos libre de culpa.