Durante la celebración de un ‘bar mitzvah’ en una comunidad ortodoxa de Jerusalén, el balcón que ocupan las mujeres en la sinagoga se derrumba, debiendo ésta que ser cerrada hasta conseguir el dinero para reconstruirla. Pasa el tiempo y un joven rabino, David, aparece para ayudar a la comunidad; sin embargo, esconde algunos intereses que nada tienen que ver con lo anterior: un intento de reconducir a la comunidad por unos preceptos religiosos más conservadores y misóginos que, incluyen, el tapiar el balcón y no permitir a las mujeres entrar en la sinagoga. El balcón de las mujeres se presenta como una variación de Lisístrata, la comedia de Aristófanes, dado que las mujeres de la comunidad se rebelarán contra el vacío que sus maridos comiencen a ejercer sobre ellas influenciados por el rabino David quien, a su vez, será capaz de convencer incluso a alguna de ellas de que todo lo que está sucediendo, en realidad, obedece a sus pecados.

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Emil Ben-Shimon dirige en El balcón de las mujeres una película que comienza como una comedia costumbrista para poco a poco ir derivando en un planteamiento algo más dramático, sin dejar de lado nunca el humor, y que revelará bajo una superficie simple y directa una compleja realidad que tiene tanto que ver con cuestiones de religión, o de cómo se aplica ésta a la vida diaria, a lo cotidiano en toda su extensión, como de género que, por supuesto, está intrínsecamente en este caso conectado con lo religioso. Ben-Shimon plantea una película en la que el guion de Shlomit Nehama y las interpretaciones de los actores están por encima de una puesta en escena sencilla y directa que, sin embargo, posee algunos momentos sorprendentes en tanto a que el movimiento de cámara rompe con la tendencia, durante casi toda la película, a la frontalidad total, creando unos planos cerrados que ayudan a transmitir bien el sentido de cerrajón de una comunidad. Tanto físico, como interno. La fotografía de tonos apagados produce unas imágenes sin apenas viveza, casi sombrías, como el propio contexto en el que se mueven los personajes. Una cierta austeridad formal que, a su vez, representa, por ejemplo en su cromatismo, una sociedad igual de austera en su construcción.

Uno de los elementos más interesantes de El balcón de las mujeres reside en cómo muestra el tema religioso ortodoxo judío desde la cotidianidad y lo íntimo, poniendo de relieve cómo algunos preceptos más abstractos e interpretativos que reales acaban, sin embargo, convirtiéndose en relevantes para las vidas de unas personas que, debido a un accidente, comprueban cómo su comunidad se derrumba. Y sus vidas. Pero a pesar de algunos momentos de dramatismo, Ben-Shimon y Nehama mantienen el ritmo cómico de la película a partir, sobre todo, de unos diálogos con doble sentido, con conversaciones verdaderamente afiladas en sus comentarios y en situaciones en los que la absurdidad del extremismo religioso acaba produciendo, involuntariamente, o no, risa.

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Al final, como una gran celebración, la película se cierra mostrando la posibilidad de vivir la religiosidad con naturalidad, con alegría y armonía. La comunidad ha superado los problemas, pero, como se aprecia en la imagen final, con el rabino David introduciéndose en otra sinagoga, los problemas no han pasado. Se han movido de lugar. Porque es una problemática intrínseca a una sociedad en el que la mujer debe conformarse, a la hora de ir a la sinagoga, con un balcón que las separa de los hombres. En la película, deberán defender ese espacio que, ya de por sí, es discriminatorio. Paradojas, o no tanto, de una situación que El balcón de las mujeres expone a la par que muestra, en su propio planteamiento, que las mujeres israelíes tienen asumida ya un cierto papel secundario dentro de la práctica religiosa. Y en ese punto se encuentra gran parte del valor de la película: mostrar lo que debería superarse, por estar asimilado y porque, de una manera u otra, acaba atrayendo otros problemas.