Acaba de iniciarse una nueva era de acercamientos neofascistas entre ambos lados del Atlántico. Que a menos de una semana de su victoria, Donald Trump haya recibido en su torre neoyorkina al líder del ultranacionalismo británico Nigel Farage, el embustero héroe del Brexit y atizador de conflictos, y flirteado sin rubor con quienes pretenden alzar a la presidencia de Francia a la ultraderechista Marine Le Pen la próxima primavera, así lo corrobora. Los dos habrán aplaudido, sin duda, el último exabrupto de Trump de deportar en bloque a tres millones de inmigrantes.

Se animan los unos a los otros para crear un nuevo Occidente en el que no quepan ni musulmanes ni inmigrantes, de un blanco impoluto y, a ser posible, sin matrimonio homosexual y con las mujeres relegadas a un papel secundario. Se abren paso en un escenario político en el que los partidos tradicionales, socialdemócratas y conservadores, pierden fuelle a raudales. No son pocos, y creen que la victoria de Trump les ha allanado el camino para conquistar el poder por las urnas, como Hitler en 1932, para después destrozar un sistema democrático cuyas reglas desprecian en voz cada vez más alta. Son auténticos lobos con piel de cordero que camuflan sus verdaderas intenciones con un discurso favorable a las políticas sociales que cala entre las principales víctimas de la crisis económica, los trabajadores.

Donde ya gobiernan: Hungría y Polonia. Quien manda en Hungría es Viktor Orbán, el único jefe de un Gobierno europeo que ha apoyado abiertamente la campaña de Trump. Ahora se siente aliviado y asegura que el mundo será mejor a partir de enero porque el presidente electo es claramente contrario a la inmigración. Lo mismo que él, que convocó un referéndum para que los húngaros rechazaran la imposición de la Unión Europea de admitir a los 1.300 refugiados que le correspondieron de los 160.000 que Bruselas se comprometió a acoger. No consiguió ese apoyo, porque más del 50 por ciento del electorado ni siquiera acudió a votar y la convocatoria resultó nula. Ahora se plantea una reforma de la Constitución para evitar que la UE pueda imponer a Hungría decisiones en materia migratoria. Su intención de poner zancadillas a los medios de comunicación privados y alguna sugerencia sobre la posibilidad de recuperar la pena capital le hacen merecedor de un puesto destacado en la carrera hacia el neofascismo europeo.

El primer ministro de Hungría, Viktor Orban.

La postura de Hungría la comparten los otros tres países del llamado Grupo de Visegrado, República Checa, Eslovaquia y Polonia, que el pasado verano reiteraron su rechazo a las cuotas de refugiados marcadas por la Unión Europea. Reunidos en Varsovia, insistieron en su objetivo de “proteger sus fronteras y velar por el interés de nuestros ciudadanos”, en palabras del ministro del Interior de Polonia.

Polonia fue el primer país de la Unión Europea en estrenar un gobierno próximo a la extrema derecha. El partido Ley y Justicia, de la actual primera ministra, Beata Szydlo, alardea de nacionalismo y euroescepticismo. Su rechazo al euro es todo un mensaje dirigido a la Unión Europea, tristemente apoyado por muchos polacos. Justo hace un año, miles de ciudadanos secundaron en Varsovia un llamamiento de la extrema derecha el día de la Independencia bajo el lema “Dios, honor y patria”.

Donde estuvieron a punto: Austria. El voto por correo salvó al país alpino de tener un presidente ultraderechista y euroescéptico. Norbert Hofer, del Partido de la Libertad de Austria, ganó en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, pero perdió en la segunda, en mayo de este año, por un estrecho margen de sufragios frente el ecologista Alexander Van der Bellen.  A pesar de ser un puesto más decorativo que ejecutivo, hubiera sido el máximo representante del país en eventos importantes a nivel internacional, una función que hasta ese momento había recaído siempre en políticos de partidos tradicionales conservadores o socialdemócratas. El partido de Hofer no es nuevo el panorama político austríaco. En el año 2000, liderado entonces por Jörg Haider, formó coalición con el conservador Wolfgang Schüssel, al que ganó por unos pocos votos,  y fue el primer partido ultraderechista en acceder a un gobierno a través de las urnas después de la segunda Guerra Mundial. La Unión Europea adoptó una serie de sanciones contra el nuevo gobierno austríaco. ¿Lo habría hecho ahora?

Las grandes piezas de la cacería: Francia y Alemania. Marine Le Pen en el país vecino, con un discurso algo más moderado que el de su padre y antecesor en el Frente Nacional, tiene muchas posibilidades de pasar a la segunda vuelta electoral en las próximas elecciones presidenciales. Ganar a un adversario socialista o de la derecha moderada será más difícil, aseguran los analistas, pero lo mismo se decía de Donald Trump y ha sucedido. En las elecciones regionales del año pasado obtuvo su mejor resultado hasta el momento en las urnas al conseguir el apoyo de casi siete millones de franceses.

Otra mujer es, curiosamente, el rostro de la ultraderecha alemana. Frauke Petri lidera Alternativa para Alemania, un partido fundado hace apenas tres años con un discurso liberal, euroescéptico y cada vez más islamófobo. Y, por supuesto, de rechazo frontal a la política de Angela Merkel favorable a admitir refugiados. Sus candidatos han conseguido excelentes resultados en las últimas elecciones regionales, superando al de la Canciller en  Mecklemburgo-Pomerania Occidental y convirtiéndose en el primer partido de la oposición al gobierno socialdemócrata, claro ganador de los comicios. Alguno de sus dirigentes llegó a sugerir el uso de armas de fuego para impedir la entrada de más refugiados a través de sus fronteras. De cara a las elecciones generales del año próximo, las encuestas predicen que conseguiría un 12 por ciento de los votos. Se convertiría en la tercera fuerza política, algo que a Angela Merkel le parece complicado. Pero visto lo visto, también es posible que en Alemania la realidad desmienta a las encuestas y el motor central de la Unión Europea junto a Francia escore hacia posiciones contrarias a la admisión de inmigrantes y de rechazo a sus respectivas, y muy numerosas, comunidades musulmanas.


El líder de la extrema derecha holandesa, Geert Wilders.

También al acecho en Holanda, otra pieza importante.- A pocos meses de unas elecciones generales, la  extrema derecha liderada por el controvertido xenófobo Geert Wilders goza de una posición destacada en las encuestas. El Partido de la Libertad (PVV) ha encabezado todas las realizadas durante la pasada primavera y verano. Si nada lo remedia, la formación que plantea “encerrar de manera preventiva a los musulmanes radicales” obtendría el triple de los votos que consiguió en 2012 y podría imponerse fácilmente sobre liberales y socialdemócratas.

El colmo de los colmos, los países nórdicos. En Dinamarca, el extremista Partido Popular quedó en segunda posición en las generales de junio de 2015 y, aunque no llegó a coaligarse con el partido Liberal, el gobierno actual encabezado por esta formación ha optado por apoyarse en la ultraderecha para sacar adelante leyes en el parlamento. El PP danés, que también apoya al ejecutivo, fue el que planteo la idea de confiscar los bienes de los refugiados que lograran entrar en el país. El resultado es que en poco tiempo, Dinamarca se ha blindado con una de las legislaciones más restrictivas contra los inmigrantes.

En Finlandia, los llamados “Verdaderos Finlandeses” han sido la segunda fuerza más votada. Su líder, Timo Soini, es el ministro de Exteriores desde el año pasado y, aunque ha moderado bastante su postura, continúa al frente de un partido euroescéptico y contrario a los inmigrantes, posturas que casan perfectamente con las de la ultraderecha xenófoba.

En Suecia aparecen un poco más lejos del poder, pero los llamados Demócratas Suecos cuentan con el apoyo de cerca de un 20 por ciento de la población y constituyen la tercera fuerza política gracias a la animadversión de su líder, Björn Söder, hacia la minoría musulmana del país. Llegó a calificar al Islam como “la mayor amenaza exterior desde la Segunda guerra Mundial”.

Aunque más lejos del poder, tampoco se puede olvidar que en Noruega es donde tuvo lugar la masacre de Utoya, en la que el neonazi Anders Breivik asesinó en 2011 a 77 jóvenes que participaban en una reunión de las Juventudes Laboristas. Allí, la llegada de refugiados ha propiciado la aparición de un grupo de derecha y xenófobo, denominado “Soldados de Odín”.

Populistas, euroescépticos, nacionalistas y xenófobos. Así son los miembros de este nuevo cóctel que se está gestando en Europa y que ha encontrado en Trump un trampolín perfecto para lanzarse a conquistar gobiernos.