Es aquello de las dos noticias, ¿cuál quieres que te dé primero, la buena o la mala? Las dos se han producido al mismo tiempo y, a pesar de las diferencias, ambas pueden analizarse desde una perspectiva similar: los bamboleos del populismo que se ha instalado en la política europea.

Empezando por la buena, que los austríacos hayan optado claramente por el ecologista independiente, Alex van der Bellen, frente al ultraderechista Nobert Hofer se entiende como una reacción a lo ocurrido en abril, cuando las elecciones presidenciales dieron como resultado un empate técnico. La pugna se saldó con la victoria del primero gracias a un puñado de votos por correo, un alivio pasajero que duró hasta que el partido opositor impugnó el resultado por supuestas irregularidades y originó la celebración de una especie de “segunda vuelta” que se dirimió este domingo.

Si se entiende de este modo, una mayoría de austríacos ha considerado que su país no se merece como presidente al candidato de un partido, el FPÖ, o partido de la Libertad, cuyos orígenes están claramente vinculados al nazismo y que ya formó parte de un gobierno de coalición en el año 2000. Su líder de entonces era el controvertido Jörg Haider, un personaje que llegó a elogiar a las SS hitlerianas y al que la Unión Europea pretendió frenar aprobando sanciones contra Austria.

Después, Austria retornó a su tradición política de moderación hasta que la llegada masiva de refugiados en 2015 volvió a alterar el orden. Aunque en las municipales de octubre de ese año el partido social demócrata mantuvo la alcaldía de Viena, la ultraderecha superó el listón del 30 por ciento y su ascenso ha sido imparable, hasta ahora.

La victoria del candidato verde es una señal positiva, un indicativo de que por muy enfadados que estén los ciudadanos debido a determinadas situaciones coyunturales, y por muy expuestos que estén a los mensajes xenófobos que intentan sacar provecho de ello, todavía cabe la posibilidad de que una reflexión final, y el miedo al lobo de la ultraderecha, se impongan en unas elecciones. La prueba definitiva para el populismo serán las elecciones generales previstas para 2018, pero que algunos dan por hecho que se anticiparán al año próximo.

Consecuencias del harakiri de Renzi

La mala noticia es lo sucedido en Italia, aunque admite matices que incluso van a peor. Para el  frustrado convocante, Mateo Renzi, el gran varapalo es la extraordinaria diferencia obtenida por los partidarios del "no". Si albergaba alguna posibilidad de mantenerse en el poder, como le pidieron Obama y otros dirigentes para mantener la estabilidad del país, la enorme derrota sufrida le ha obligado a anunciar su dimisión inmediata.  

Renzi se ha hecho un harakiri involuntario similar al que derribó al británico Cameron tras el referéndum del Brexit y, a falta de ver cómo se concreta el final de su carrera política, aunque solo sea temporal, el primer ministro italiano deja tras de sí un gran destrozo con varias consecuencias negativas. Por un lado, la incertidumbre económica, anunciada por varios organismos internacionales, que podría desembocar en un colapso con repercusiones internacionales. A ésta, sin embargo, se contrapone la certeza de que, a pesar de los innumerables cambios de Gobierno sufridos desde el final de la segunda Guerra Mundial, Italia siempre se ha mantenido a flote.

Lo peor viene del lado de la política y tiene dos nombres:

Matteo Salvini, líder de la euroescéptica Liga Norte, ha resumido en un tuit lo que para su grupo supone la derrota de Renzi: Viva Trump, viva Putin, viva la Le Pen e viva la Lega!. La frase lo dice todo.

Beppe Grillo, dirigente del populista Movimiento 5 Estrellas, ha anunciado en su blog que su grupo empezará a votar por internet el programa de su grupo de cara a unas elecciones que reclama como inevitables. De manera individual, el grupo de Grillo fue el más votado en las elecciones del 2013, una décima por encima del Partido Democrático.

Pero detrás de los nombres vienen las propuestas políticas. Las dos parten del mismo sentimiento anti sistema que ha alimentado el "no" contra las propuestas de Renzi, lo que significa que ambas formaciones están muy bien situadas para arrebatarle el liderazgo político del país a la coalición de centro izquierda liderada por el Partido Democrático que Renzi encabeza desde febrero de 2014. A ellas se añade un omnipresente Berlusconi, que se ha ofrecido para participar en una gran coalición que afronte una reforma electoral.

“A río revuelto…” ya se sabe. La derrota de Renzi abre la posibilidad de que la oposición intente sacar partido en unas hipotéticas elecciones anticipadas que se celebrarían, como no, en 2017, un año decisivo para el futuro de Europa, en el que Italia podría añadirse a la lista de países en los que el populismo, la xenofobia y la extrema derecha, avanzan a pasos agigantados.