Todo ocurrió durante la ceremonia de adiós a Fidel Castro, a finales de noviembre, en la plaza de la Revolución de La Habana. La grandilocuencia hiperengolada de su hermano Raúl al entonar el “Hasta la victoria, siempre” concentraba una elevada dosis de lo que podría calificarse de obsolescencia programada, un término acuñado por la economía capitalista que alude a la determinación del final de la vida útil de un producto.

Nada que ver con Cuba, pensarán muchos, por aquello del capitalismo. Pero escuchar un emblemático grito cuyo sentido real desapareció hace ya mucho tiempo, emitido por un hombre de 85 años, sonó sobre todo a final de época, a decadencia mohosa y a profunda necesidad de cambio. En el caso  del actual dirigente cubano la obsolescencia programada se concretaría en su anuncio de abandonar el cargo en 2018 tras doce años de mandato. Si cumple su promesa, o si no fallece antes,  Raúl dirá adiós después de haber efectuado algunos cambios cosméticos en el ámbito económico y de haber rubricado un histórico acuerdo con Estados Unidos para la restauración de relaciones diplomáticas. Pero para cumplir rigurosamente con la definición del mencionado término se requeriría algo más: el final definitivo de un sistema de gobierno deteriorado por las circunstancias y que el paso del tiempo ha ido cargando de injusticias.

Este es también el primer objetivo de los enemigos del régimen, y sobre ello despotricaron hasta la saciedad ahítos de placer en sus cubículos de Miami. Pero no consiguieron imponerse. Por mucho que intentaron deslegitimar la revolución de 1959, lo cierto es que durante esos últimos días de noviembre y primeros de diciembre se habló sobre todo de Fidel, de la lucha contra Batista, de la entrada de los “barbudos” en La Habana y de alguna que otra gesta heroica.

Se analizó su pasado, su presente y un hipotético futuro que muy pocos se atreven a vaticinar. Se habló, en definitiva, de Cuba, pero en modo condicional. En la isla, los afectos al régimen se empeñan en afirmar que la muerte de Fidel no cambiará nada. Desde fuera, sin embargo, economistas y empresarios quieren creer que la creciente presencia de la iniciativa privada es una ola imparable y que no tardará en afianzarse.

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Fidel Castro durante su aparición pública de ayer con motivo de su 90 cumpleaños. (Foto: EFE)

Solo el futuro dilucidará la cuestión, pero sobre ambas posibilidades pesa ahora la realidad internacional que se avecina: un nuevo presidente norteamericano que ha amenazado con anular los acuerdos firmados por Obama con Cuba y una Venezuela que se desmorona poco a poco y que todavía, pero a saber por cuánto tiempo más, constituye el sostén económico del régimen gracias al envío de petróleo gratis a cambio del trabajo de profesores y médicos.

¿Acabarán al mismo tiempo el chavismo y el castrismo?

En el país del chavismo, la obsolescencia programada la marca la economía: un Gobierno que no es capaz de aliviar la escasez de productos básicos en los colmados pierde apoyo popular a raudales; una economía con una inflación del 750 por ciento, la más alta del mundo, está abocada al colapso a corto plazo. Pero, ¿anuncia esto un fin próximo del Gobierno de Nicolás Maduro? Lo mismo que en Cuba, depende de quién responda a la pregunta.

La oposición venezolana considera que ese final no está lejos y arrecia sus ataques por uno de los flancos más sensibles, los presos políticos. Denuncia que no se están respetando los acuerdos de la Mesa del Diálogo, en la que participa José Luis Rodríguez Zapatero junto a ex dirigentes latinoamericanos, y que la mayor parte de los 108 presos de conciencia continúan en prisión.

La vanguardia chavista, por su parte, continúa muy activa y no duda en tomar las calles cuando considera que el régimen pierde fuerza, como ocurrió a primeros de septiembre, en asaltar el Parlamento cuando se celebra un juicio político contra Maduro, o en instalar campamentos de apoyo al líder en la puerta del palacio de Miraflores, como hizo la juventud del partido gobernante en noviembre.

El Gobierno, finalmente, es consciente de su debilidad. No solo ha aceptado participar en la citada Mesa del Diálogo, impulsada por el Vaticano en octubre, sino que, según Zapatero, el Presidente ha ordenado hacer un esfuerzo de diálogo en todos los espacios de participación “para la construcción de la patria”. Pero tan buenas intenciones tienen dos puntos que pueden terminar rompiendo la comunicación entre las partes: las reticencias del Gobierno a liberar presos, y el silencio administrativo como respuesta inicial a la petición del Vaticano de que se establezca un calendario electoral que sirva para dar una salida definitiva a la crisis.

La Mesa de Dialogo debería reanudarse el próximo 13 de enero, pero esa posibilidad depende de las partes, y cada una mira para su lado. La oposición hacia el Vaticano, y Maduro hacia Cuba. El presidente venezolano acude  a todos los homenajes que se le hacen a Fidel, bien para olvidar la angustiosa situación que atraviesa el país, o quizá en busca de referencias y de ideas para no dar más palos de ciego. El último, en diciembre mismo, ha sido crear incertidumbre en torno a los billetes de 100 bolívares, que primero ordenó retirar e inmediatamente después reponer debido a las protestas que la medida suscitó.

Un buen cúmulo de circunstancias han impuesto a Cuba y Venezuela la necesidad de establecer ya su propia “obsolescencia programada”.  Su futuro dependerá de cómo lo hagan.