"Llevo un año en China y lo primero que he aprendido es que todos los chinos sois unos hijos de puta". El autor de la frase fue un ejecutivo de Daimler, la empresa alemana que fabrica los Mercedes Benz; el receptor, un ciudadano de ese país que, un día de la semana pasada, fue más rápido que el teutón en ocupar una plaza de aparcamiento en un barrio de los alrededores de Pekín. Lo que podría haberse quedado en una pequeña trifulca, de lo más habitual en cualquier ciudad del mundo en la que escasean los lugares para aparcar, fue mucho más allá. Y en varios sentidos.

Primero, porque el enfrentamiento se agravó bastante: algunos vecinos que pasaban por allí increparon al osado occidental y éste, sintiéndose acosado, optó por defenderse con el arma que llevaba encima, un spray cargado de pimienta que dañó los ojos de alguno de los viandantes.

Segundo, porque no es la primera vez que sucede algo similar, es decir, que un occidental cabreado por algún motivo, grave o insignificante, reaccione con insultos genéricos a los habitantes del país que le acoge. Un error en cualquier lugar del mundo, pero especialmente en China porque...

...tercero, el país asiático tiene una red social muy influyente, Weibo, en la que participan unos 400 millones de personas dispuestas a humillar a todo aquel, individuo, empresa o incluso Gobierno, que atente contra el orgullo nacional chino, como ha demostrado en varias ocasiones.

 Y cuarto y último, porque el asunto fue cobrando protagonismo hasta convertirse en viral, un auténtico incendio en el que no han tardado en tomar partido algunos medios de comunicación.  

El resultado final es que la Daimler Greater China ha apartado a Rainer Gärner, que así se llama el individuo, de su cargo como presidente y máximo ejecutivo de la sección local de Daimler Trucks and Buses. El comunicado en el que anunciaba la destitución ni apuntaba su nombre ni describía el motivo, pero pedía sinceras disculpas por lo sucedido. Se refería a un "asunto lamentable", posiblemente para no tener que reconocer que un asunto tan menor haya sido capaz de "tumbar" a un alto cargo de tan prestigiosa firma.

Más enseñanzas: cualquier trabajador extranjero en China, y más si es un alto ejecutivo, debería saber que el idioma de ese país, al menos el cantonés que es de los más hablado junto al mandarín, describe en a los extranjeros como "gwailo", un logograma que significa algo así como "diablo blanco". Una nación, también, muy orgullosa de lo suyo y dispuesta a celebrar cualquier logro considerado como éxito nacional. En 1997 lo fue la devolución de Hong Kong a China, cuya celebración

congregó a miles de chinos llegados de todo el mundo con el propósito de festejar el evento en clave nacionalista, como pudo comprobar entonces quien esto escribe.   

El post más tuiteado por miles de chinos describe al directivo de Daimler como "la clase de extranjero que hace dinero gracias a los chinos mientras les insulta al mismo tiempo. Odian China desde lo más profundo de sus corazones". Y así lo recogía el editorial de otro diario chino al apuntar que no se trata de hacer una montaña de un grano de arena, sino de constatar que algunas compañías extranjeras "utilizan a menudo prejuicios raciales, palabras y acciones sobre los consumidores chinos, incluso sobre sus empleados locales".

La reacción de Daimler, por último, refleja otro dato relevante de la nueva China:  los intereses comerciales de las compañías automovilísticas son muy elevados allí y la competencia demasiado grande, especialmente en los vehículos de alta gama. Empresas tan importantes como BMW, Mercedes Benz y Audi luchan despiadadamente por hacerse hueco en el mayor mercado de automóviles del mundo, creciente a pesar de la desaceleración económica del gigante chino.

Como para no reaccionar ante un asunto tan aparentemente menor como una discusión de tráfico en el que, por desgracia para la compañía alemana, se ha visto envuelto uno de sus ejecutivos.