En apenas tres años, la Iglesia de Madrid ha pasado de estar liderada por un obispo ultraconservador que vive en un lujoso ático de 400 metros cuadrados con 6 habitaciones, 4 baños y una imponente terraza, a estar dirigida por un cardenal que predica la misericordia y el perdón y que cena, junto la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, con los sin techo en Nochebuena. Es lo que se ha venido a denominar la ‘primavera eclesiástica’. O lo que es lo mismo: convertir la Iglesia en una ‘casa de armonía’ alejada de la confrontación política.

Ese nuevo estilo de presencia de una “Iglesia madre y no madrastra”, que busca acompañar e integrar a toda la población, se puso en marcha en Madrid el 25 de octubre de 2014, cuando Carlos Osoro Sierra tomó posesión de su cargo, a petición del Papa Francisco, en una complicada archidiócesis que debía superar los 20 años de reinado de Rouco Varela.

El legado de Rouco
Osoro se encontró una diócesis mermada por la falta de vocaciones, el integrismo religioso y que estaba mucho más preocupada por los asuntos políticos que por la religión. Y es que con el beneplácito de Juan Pablo II y Benedicto XVI, Varela permitió que movimientos muy conservadores como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación o los Kikos, camparan a sus anchas en la Conferencia Episcopal Española. Y lo hizo para, en beneficio del PP, liderar la oposición a las conquistas conseguidas por los Gobiernos del PSOE en materia social.

Así, mientras los sacerdotes progresistas eran marginados a pequeñas parroquias y fundaciones; la Iglesia de Madrid se servía de las élites políticas y económicas del Opus Dei, de los dólares que religiosamente aportaban los Legionarios de Cristo, de las universidades y contactos empresariales que les proporcionaba Comunión y Liberación, así como del ejercito de fanáticos que los Kikos ponían en la calle cada vez que Rouco Varela quería manifestarse en contra del aborto o los matrimonios entre parejas del mismo sexo.

La revolución de Osoro
En un tiempo record, Osoro ha cambiado las formas y el fondo de gobernar en la Iglesia de Madrid. Prueba de ello es la distancia que el arzobispo muestra con Hazte Oír, la asociación que lideró las manifestaciones contra las políticas sociales impulsadas por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y cuyos dirigentes, según la Justicia, formarían parten de la secta El Yunque. 

“No los conozco ni tengo datos concretos de que alrededor de mí exista alguien (de Hazte Oír). Si me engañan, eso es otra cosa distinta (…) Sé que eso existe, sé que eso se da, pero no tengo datos de que estas personas que estén alrededor mío… Si son y me están engañando, mucho peor para ellas porque me están engañando”, afirmó Carlos Osoro en una entrevista concedida a ELPLURAL.COM en la que el arzobispo de Madrid no tuvo reparos en mostrar un acercamiento a los homosexuales y abordar cuestiones hasta ahora tabú como el sacerdocio femenino y celibato.

 

 

“Lo primero no es quitar la razón a la gente, sino escucharla”, indicó Osoro convencido de la necesidad de mostrar “cercanía, amor a la gente y no rechazar a nadie (…) aunque a veces no puedas dar la razón”.

Es el nuevo modelo de Iglesia -“la que ha venido a salvar y no a condenar”- que propugna el Papa Francisco y que Osoro intenta implantar en España a pies puntillas. Su admiración hacía el pontífice argentino es indisimulada: “Con el papa Francisco, mucha gente que estaba mirando para otra parte, que no le interesaba nada la Iglesia, vuelve a mirar a la Iglesia. Y eso es importante”.

No sólo palabras
No son sólo palabras. Osoro también ha pasado a la acción para demostrar que la Iglesia de Madrid ha cambiado. Una de las pruebas más evidentes es el Plan Diocesano de Evangelización, en marcha en la diócesis desde 2016 para aumentar la participación de los laicos, perder el miedo al testimonio personal y fomentar la comunión entre las diferentes realidades que conforman la iglesia. Algo impensable en la era de Varela. 

Aunque es consciente de que “a lo mejor, ahora el Papa me pide más cosas”, Osoro explica que su intención no es otra que “seguir pisando mucha calle mientras Dios me dé salud, seguir visitando las comunidades y seguir estando presente en las realidades de la vida de la gente”. Todo ello para descubrir que “la Iglesia tiene un rostro, el de Jesús, que es un rostro de acogida, de cercanía, de perdón, que no es de una especie de buenismo que algunos intentan ver, sino del cariño de un Dios que se abaja y nos sorprende”.