"Lo siento. No volverá a pasar". Con estas palabras pidió perdón Miguel Palomar, párroco de la localidad de San Carlos del Valle (Ciudad Real) el pasado domingo en la misa de 12 después de que, la semana anterior, hubiese negado la comunión a la piadosa y benefactora vecina de la localidad, Ramona María del Pilar Álvarez Manrique.

El sacerdote que, como relataron los vecinos de esta localidad manchega a ELPLURAL.COM, lleva muchos desplantes a sus espaldas desde que llegó al pueblo “hace más de diez años”, afirmó también durante su sermón que “el perdón está en la esencia del cristiano”, consciente seguramente de que su último desplante, por tercera vez, a la querida vecina de la localidad ha transcendido el ámbito local, negándole lo más sagrado para un cristiano, la comunión.

Retirada de los donativos

El acto protagonizado por el sacerdote, y que produjo que casi la totalidad de los feligreses abandonasen la iglesia del pueblo antes del final de la misa, tiene su motivación en la negativa de Ramona María del Pilar a echar en el cepillo de la iglesia las pingües dádivas que su fallecido hermano Agapito solía depositar.

Hasta 6.000 euros al año entregaba a la parroquia de don Miguel la familia de la querida vecina, y que, desde hace un año aproximadamente, vienen recibiendo otras organizaciones caritativas relacionadas con la Iglesia Católica como Cáritas y Manos Unidas. Pero parecen que los fines a los que estas organizaciones pueden dedicar el copioso donativo son menos válidos para el párroco que los que puede darle él.

Larga lista de desplantes

Tal y como relataron a este diario algunos feligreses de San Carlos del Valle, la retirada de la comunión a esta anciana vecina fue la gota que colmó el vaso, recordando otros muchos desplantes como que en una homilía dijo que los enfermos que tienen cáncer es porque se lo merecían; o prohibir una rampa de madera para que accediera a la iglesia una creyente en silla de ruedas, y eso que la propia afectada estaba dispuesta a pagar la instalación; o su negativa a celebrar entierros o a realizar la extremaunción porque se iba de viaje; o liarse a patadas con las flores de una boda, oficiándola como si se tratara “de un entierro”, como le recriminó un familiar, pedir la retirada ornamental floral y obligar a las acicaladas jóvenes a que se quitaran su tocado de la cabeza, rechazar los cantos nupciales de un coro, o retirarle a otra señora la comunión porque se acercó al altar llevando en brazos a su pequeño nieto, o…