Ni Superman, ni Batman, ni el Capitán América pudieron salvarnos de ello. El pasado viernes, Donald Trump fue nombrado presidente de los Estados Unidos. Ahora es el momento de las apuestas de si terminará el mandato o no, pero mientras tanto, no solo los norteamericanos deben ser fuertes: todo el mundo necesita saber cómo soportar la llegada de un populista, nacionalista y ególatra a uno de los cargos más importantes del mundo. Sandy Grant, filósofa de la Universidad de Cambridge nos propone una idea: recurrir a la filosofía. 

Según el estoicismo, un antiguo movimiento filosófico que ahora está volviendo a ser tendencia, deberíamos intentar contener nuestras emociones cuando nos enfrentamos a cosas contra las que no podemos luchar. Los que iniciaron este movimiento creen en una estricta dicotomía del control. Es decir, que deberíamos dividir el mundo entre las cosas que tenemos el poder de cambiar y aquellas que no. La mayor parte del sufrimiento, dicen, viene de la idea equivocada de que tenemos poder sobre cosas que realmente no podemos controlar. Su solución es focalizarse en lo que podemos controlar: nuestras opinones, impulsos, deseos y aversiones, en lugar de los eventos externos. Los estoicos concluyen que deberíamos aceptar el resto, es decir, "que sea lo que Dios quiera".

Pero el problema con esta actitud es que nos lleva a aceptar cosas que no deberíamos consentir. En estos momentos, que nos enfrentamos a un peligroso aumento del autoritarismo, "no deberíamos precisamente controlar nuestras emociones", asegura Grant. Más bien al contrario, "deberíamos dejar que nuestras emociones nos hagan reaccionar".

Una metáfora estoica popular recomienda que pensemos en nosotros como perros atados a una correa. Dicha correa nos impide tomar otro camino, que no sea en dirección de aquel que la lleva. Para aceptar eso, la única manera es adaptar tu vida asumiendo que hay un destino. Como decía Séneca, "obedecer a Dios es ser libre".

Aunque los estoicos modernos no creen necesariamente en Dios, siguen defendiendo la dominación de las emociones, como el enfado y el miedo, frente a la injusticia. Por ejemplo, el autor estoico Ryan Holiday afirmó en una ocasión que "un estoico no debería gastar tiempo quejándose sobre si Trump merece ser presidente o preocuparse excesivamente de los inciertos y terribles efectos de su liderazgo". En vez de esto, Holiday opina que los estoicos deberían focalizarse en influir sobre las próximas elecciones presidenciales.

En la superficie, este enfoque puede parecer práctico. Pero Holiday falla en ver cómo las emociones están directamente relacionadas con nuestras acciones. "Nos cabrean los esfuerzos de los republicanos por eliminar la planificación familiar, razón que nos lleva a pedir a nuestros representantes de estado que se opongan a dicha decisión". Otro ejemplo es "estar preocupados por la transgresión hacia la libertad de expresión, por lo que nos unimos a la Unión de Libertades Civiles". La elección de palabras de Holiday revelan otras cosas. Caracteriza el cuestionamiento de la legitimidad de Trump como "queja" y etiqueta los miedos de los peligros del régimen de Donald Trump como "preocupaciones". Esas palabras restan importancia a la gravedad de la elección del actual presidente de los Estados Unidos, y de esa manera intenta desacreditar las sensaciones de mucha gente, que la verdad, está en todo su derecho de sentir miedo, aflicción y rabia. Incluso en los tiempos contemporáneos, los estoicos están atrapados en su resignación de vivir el mundo tal como está en lugar de imaginar cómo podría ser.

De hecho, otros filósofos han hecho correr ríos de tinta contra el estoicismo. Han argumentado que como los estoicos no son capaces de ver la complejidad del mundo, lo único que ofrecen es una visión decepcionante. Jean Paul Sartre consideraba que el estoicismo no cambia el mundo, sino que se esfuerza en mantenerlo como está Es decir, el estoicismo es lo contrario a la libertad. Es verdad que no podemos controlar todo, pero esta corriente es una respuesta equivocada.

Entonces, si el estoicismo no es la respuesta, ¿qué deberíamos hacer con las cosas que no podemos cambiar? Una posibilidad es ver las emociones como una herramienta de combate. Jean de la Fontaine decía que "el hombre está hecho tan bien que cuando algo se le enciende en el alma, las imposibilidades desaparecen". Hay algo sobre las pasiones que nos permiten superar los obstáculos, incluso cuando parecen insuperables.

"La emoción es una especie de transfiguración, un comportamiento en el cual cada persona crea el mundo por sí mismo, en el cual algunas dificultades insuperables se hacen inofensivas o invisibles", reconoce Grant. No elimina realmente el obstáculo. Pero las emociones, de forma estratégica, nos permiten enfrentarnos de nuevo a la situación desde otro punto de vista

Cuando sentimos emociones, como el duelo o la rabia, "estamos ya cuestionando el mundo tal y como está. Lo que es un acto fundamental de resistencia", explica Grandt. Sí, las emociones en sí mismas no cambian el mundo, pero plantan una semilla para que dicho cambio sea posible. Por lo que, pasando de los estoicos, no es ni mucho menos el momento de resignarse y controlar nuestras emociones, ya que nos enfrentamos a cambios políticos perturbadores como el Brexit, Rodrigo Duterte, Mariano Rajoy y Donald Trump.

¿Qué debemos hacer ante cosas que no podemos cambiar? Según la filósofa de Cambridge: "resistir, protestar, manifestarnos y crear, unidos, posibilidades de cambio. Debemos poner nuestras emociones a trabajar".

"Dios bendiga América". Ah, no, que según Nietzsche, Dios ha muerto.